Los siguientes fragmentos han sido extraídos del libro "Mis cuatro estaciones", de Juan Bosco (editorial Lunwerg).
Página 11:
Sus días se quedaban cortos, le faltaba tiempo. Él, que era un estudioso apasionado de la obra de Leonardo da Vinci, supo en algún sitio que su admirado renacentista dormía unos quince minutos cada cuatro horas, nada más. Antonio tenía la teoría de que era un ciclo perfecto para, inducido por el sueño, llegar a una especie de trance de gran inspiración musical. En fin, una de sus muchas invenciones que, en efecto, aplicaba a su vida con total convencimiento. En este estado pasaba días enteros pegado a su guitarra, sudando, con un cigarrillo apagado en los labios, a veces repitiendo la misma escala durante horas. Ese celo le llevó a convertirse en un maestro de las seis cuerdas, cuando la guitarra era su mayor obsesión, incluso, en los últimos tiempos, más que las letras de las canciones.
Página 123:
Un fin de semana de ese mismo año [1979] se subieron siete personas en un 127 y tomaron la carretera a El Escorial. Teresa [la que sería primera mujer de Antonio] y Antonio eran dos de ellos. Alguien había conseguido algo de heroína y el coche enfiló la carretera de La Coruña con la intención de que todos la probaran. A Antonio las drogas no le llamaban la atención, al revés; si le provocaban algo era rechazo. Se había pasado toda su vida practicando deporte a más no poder, haciendo kárate, escalando montañas, haciendo la mili en los Cuerpos de Operaciones Especiales y estaba en una forma física inmejorable con 22 añitos, en plena juventud. No es que le preocupase el tema, pero siempre que se hablaba del asunto Antonio simplemente pasaba. Hasta ese fin de semana en El Escorial.
Desde ese día y durante los dos años siguientes lo tomaban los fines de semana, algo esporádico. Es cierto que una persona con recursos y curiosidad podía haber leído los libros de Burroughs, Ginsberg o Kerouac pero una cosa es la literatura y otra la realidad de cada uno y en el año 1979, en España, no se sabía absolutamente nada del tema. El grupo de amigos de Antonio y Teresa, como tantos otros, la empezaron a tomar de manera esporádica y con el tiempo se convirtió en una práctica diaria.
Para Antonio, el descubrimiento de la heroína fue algo realmente asombroso. Una especie de hallazgo maravilloso con el que cualquier golpe de viento en la cara o la más simple de las caricias se convertía en un torrente de sensaciones. Además, la heroína que entonces circulaba por la calle era de enorme pureza, prueba es el precio que tenía: entre 15.000 y 20.000 pesetas, que en el año 1980 era muchísimo dinero.
Aunque España era un país con una larga tradición morfinómana, los primeros datos que existen sobre la heroína son por arrestos de la Guardia Civil a extranjeros, porque se utilizaba como país de paso antes de que ésta llegara a Estados Unidos o a Alemania. Los primeros en tomarla pertenecían a familias tradicionales, con dinero, que permitían a sus hijos viajar al extranjero y ahí se iniciaban y se la traían. Su consumo no estaba masificado y los usuarios pertenecían a los estratos más elevados. De hecho, sólo se podía encontrar en Madrid, Barcelona, Ibiza y Bilbao.
El caso es que la dama blanca encontró un caldo de cultivo perfecto para ella: una sociedad que estrenaba libertad y una juventud deseosa de hacer uso de ésta. Pero además, en el ambiente de la música no sólo no estaba mal vista, sino que era un plus. Mucha gente cuenta que para labrarte una reputación lo más rápido era ponerse. Quien lo hacía se convertía en alguien. En otros ambientes, como el carcelario, era una obligación para que el resto de los reclusos se fiaran de ti. Suena a gilipollez pero también las gilipolleces forman parten de la vida.