Revista Diario

Mis muebles

Publicado el 25 enero 2010 por Bloggermam

Mis muebles
La mudanza terminó. Parece una misión imposible, pero por fin todo está en su sitio: cada objeto en su estantería, y cada recuerdo en su cajón. Como debe ser.
Por fin vuelvo a disfrutar del orden, y puedo admirar mis muebles dispuestos a facilitar la vida a quién lo requiera.
Han sido muchos los que me han acompañado en mis constantes viajes. He compartido aventuras con todo tipo de sofás, mesas auxiliares, escritorios, estanterías, cunas y camas. Todo lo que puede hacer falta para conseguir que unos muros se conviertan en un hogar en el que disfrutar de la compañía de personas y enseres.
Los miro y recuerdo cómo algunos llegaron a casa con vocación de perpetuidad; pero devorados por la moda, que hace más daño que las termitas, desfilaron hacia una fría almoneda a los pocos años. O hacia la exposición de algún rancio anticuario, los más afortunados.
Todos ellos encerraban alguna anécdota en sus recovecos y lamenté su marcha porque con ellos también se iba parte de mí. Pero ese dolor no puede detener el constante renovarse o morir, que nos empuja a secarnos las lágrimas, mientras retomamos la senda.
La sinceridad, como en otras ocasiones me obliga a deciros que en realidad no siempre lamenté que un mueble dejara la casa. Hubo algún espejo que siempre odiaré por recordarme constantemente mi aspecto. Pero eso no es nada comparado con mi desafortunada relación con la mecedora de la tía Endervina.
La vieja mecedora nunca me cayó bien, y no era por sus constantes quejidos, que de eso sabía bien la boisserie de nogal de la abuela, si no porque me ponía muy nerviosa con sus constantes vaivenes. Era una cuestión de supervivencia y así se lo hice saber a Luís: ¡O la mecedora, o yo! ... Pero me preocupé de que la mecedora siguiera moviéndose en el porche de un primo lejano de Luís. Un primo muy lejano.
Con el tiempo no sólo cambiamos de residencia, si no que evolucionamos en nuestros gustos. Incluso aunque no cambiemos de vivienda nos asalta una deliciosa necesidad de redecorar nuestro hogar, como si nos deshiciéramos de un caparazón que nos impidiera crecer Y en esos menesteres renovamos el mobiliario, restaurando lo que el tiempo castiga, deshaciéndonos de los que ya cumplieron con su tarea o derrochando ilusión buscando ese mueble que haga más especial un rincón de nuestro hogar.
También a mi me asalta la incertidumbre de que algún día el paso del tiempo me impida seguir siendo útil, y que me abandonen a mi suerte. Pero estoy convencida de que eso no sucederá porque yo siempre seré la butaca de Luís.


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