Revista Diario

Mis pensamientos sobre emociones, mente, felicidad, y otras pajas mentales

Publicado el 05 mayo 2012 por Iagovar

Llevo varios días pensando en escribir una entrada como esta. Tengo que decir que a pesar de mis muchos intentos soy incapaz de resumir y trasladar a un texto todo lo que pienso últimamente.

Desde los 18 años más o menos algo en mí hizo click en la cabeza, y empecé un proceso que me empujó a conocerme más a mí mismo y plantearme muchas cosas. Supongo que dejé de ser un adolescente, no lo sé.

Desde entonces he tratado de averiguar porqué no soy feliz. No estoy diciendo con esto que sea un desgraciado, sino que soy plenamente consciente de que si hay algo en mi vida que debería ser un objetivo, es ser feliz, y soy en realidad un ser de lo más anodino.

Sin embargo, ser feliz no es nada fácil. Estamos educados para alcanzar objetivos materiales, no algo tan etéreo como “ser feliz”. La felicidad es algo sobre lo que ni siquiera los grandes filósofos se han puesto de acuerdo, asi que es una búsqueda más visceral que racional. De hecho razonar no hace más que conducirte a paradojas demasiado complejas de resolver, consumes demasiada energía para intentar salvar un obstáculo que ni siquiera se habría presentado si te hubieras entregado a la hipocresía del alma, desde luego mucho más incomprensible, pero más fácil de llevar.

En mi búsqueda de la felicidad he llegado a recurrir a alguna literatura de auto-ayuda. Debo decir que aunque seguramente hubiese buenas intenciones en todos ellos, no me resultaron muy útiles. Todos ellos tienen una explicación para la felicidad, como si fuese una fórmula invariable en el tiempo. Incluso aquellos que dicen no tenerla en realidad acuden a una metafísica, que es por tanto obligatoriamente invariable en tiempo y lugar.

En el ejercicio de conocerse a uno mismo, un proceso que por cierto, es bastante difícil y, si se hace con sinceridad, puede llegar a ser bastante doloroso, he observado que lo que hoy puede hacer sentirme bien, puede que mañana no lo sea.

Hay un libro que leí prácticamente porque no tenía ninguna otra cosa que hacer, y que encontré en la estantería de mi madre. El libro se llama “El arte de la Felicidad”, que es algo así como un análisis desde el punto de vista de un psicólogo occidental de la doctrina budista. Lo cierto es que la primera vez lo empecé a leer, y lo dejé al poco tiempo al parecerme otro libro de esos que te van a resolver la vida.

En una segunda lectura de esas en las que estás algo más receptivo, advertí que no se trataba de un libro de auto-ayuda cualquiera. El Dalai Lama afirmaba que era verdaderamente feliz, y el señor psicólogo trataba de entender porqué él sí y muchos otros millones de personas no. Me pareció interesante, y seguí leyendo, ya que parecía tener una perspectiva analítica más allá del panfleto.

Encontré toneladas de sentencias obvias, pero en las que nunca caemos. Ese tipo de cosas que todos sabemos que son importantes y que incluso entregadas a la hipocresía del alma se convierten en una verdad, maleable, pero que funciona siempre. Aún así, las sabemos y no las usamos. ¿Por qué?

No lo sé. De hecho recuerdo que después de la segunda lectura y posterior interiorización, estaba eufórico. Hubo una larga temporada que me sentía maravillado por lo fácil que en realidad me resultaba levantarme con una sonrisa por la mañana y hacer felices a los demás. Era increíble. Era como si todas las dudas se disiparan, todos los problemas quedaban reducidos al ridículo y un montón de cosas a las que habitualmente no daba importancia, me parecían ahora tremendamente dignas de atención.

He sido siempre, y sigo siendo, una persona bastante fría, distante, poco hablador, más bien observador y en general metido en mis pensamientos y algo aislado del mundo. Sin embargo ese periodo fué como una explosión de sentimientos y de sensaciones. Intentaré explicarlo.

Imaginemos un evento cualquiera, algo cotidiano que pueda suceder todos los días. Voy caminando por la calle y encuentro a una madre con su hijo. La madre lleva las bolsas de la compra y el hijo llora por algún motivo trivial mientras la sigue a regañadientes. Pues bien, era capaz de ponerme en el lugar del niño, y sentirme mal. Como si tuviera una empatía multiplicada por mil. Evidentemente no me ponía a llorar, pero sólo tenía que hacer el esfuerzo y me sentía capaz de pensar y sentir como aquel niño. En el caso del sufrimiento era algo terrible, aunque también lo podía hacer con alguien que sonriese, y lo más acojonante de todo es que podía controlarlo.

También me resultaba tremendamente fácil contagiar a la gente un buen estado de ánimo. No tenía que hacer ningún esfuerzo, ni muecas, ni nada por el estilo. Era… simplemente hablar con la gente. Es algo que no sabría cómo describir. Es como si fueras una pila y recargaras a la gente con la que hablas.

Desafortunadamente ya no soy así. Esa especie de… estado, fue desapareciendo paulatinamente en un proceso del que ni siquiera me dí cuenta. Simplemente se desvaneció y un día me levanté siendo Iago el anodino. Ahora sí soy consciente de que ese antes y ese después han existido pero no comprendo porqué ha sucedido eso, ni fui consciente del proceso.

Le he dado muchas vueltas a esto últimamente. ¿Porqué sucedió aquello? Es evidente que no es sólo cosa del libro. El libro sólo fue un instrumento que de algún modo rescató una serie de ideas que ya conocía pero que estaban en una especie de stand-by en mi subconsciente. El proceso debió ser algo así como trasladarlas al lado consciente de mi mente, razonar y constatar que, efectivamente tenían un sentido, una lógica y que servían para situaciones cotidianas, y mandarlas de vuelta al subconsciente pero esta vez con una nota de úsese frecuentemente.

A partir de aquí no tengo claro si han sucedido alguna de estas dos cosas: La primera es que en aquel momento estuviera en un estado de consciencia superior, no entendiendo el estado de consciencia como una paja mental metafísica, sino como un periodo de actividad cerebral más intenso ¿?, y la segunda es que haya vivido toda mi vida como un borrego y que la divina providencia me haya puesto la miel en los labios para luego volver a darme por culo. Tiendo a inclinarme por la primera opción por una cuestión de comprensión y también por amor propio. Pero no está del todo claro.

Ahora la cuestión es ¿es eso ser feliz? Y hablo de ser feliz como algo más que una nota que vibra en la cuerda de la guitarra (nuestro estado de ánimo), sino como algo más trascendental. Es una sensación de ascensión difícil de explicar la verdad. Y sobre todo ¿se puede volver a ello? y ¿cómo?

Como ya dije, está claro que el libro sólo fue un instrumento, como podría haber sido cualquier otro, porque, al margen de que sea más o menos interesante, lo cierto es que tampoco es un libro demasiado brillante ni que contenga las siete llaves del cielo. Tiene que haber algo, un proceso, algo, que en aquel momento me permitiera actuar y sentirme de ese modo.

Desde luego tengo claro que si pudiese sentirme así constantemente, lo haría sin dudarlo, aunque controlo que no se convierta en una más de todas las frustraciones que uno pueda tener por el simple hecho de vivir en el tiempo que nos ha tocado.

Aquella experiencia no se ha, simplemente, diluído, ha quedado un poso, he aprendido algo. El símil de las notas y de la guitarra es algo sencillo pero extraído de aquel entonces, y que me resulta bastante útil para explicar (tanto a otros como a mí mismo) cómo funciona el estado de ánimo. He vuelto a ser ese tipo anodino que he sido siempre, pero emocionalmente estoy muy lejos de lo que era antes, claramente. Tengo cierta tendencia al cabreo, eso es cierto (siendo justos tengo bastantes motivos), pero soy muy estable emocionalmente, y creo que he construído a partir de entonces una personalidad bastante sólida.

Hay bastantes cosas que me quedan por pulir, sobre todo lo de mentirse a uno mismo. Es un mecanismo mucho más complejo de lo que creía, y mucho más inconsciente de lo que parece. Y quizá lo peor es que enfrentándose a él entrando como un elefante en una cacharrería tienes muchas posibilidades de acabar pensando que eres un capullo integral sin remedio, y tampoco es así la cosa. Hay que tomarse las cosas con calma y pensar que somos seres hipócritas de forma casi inherente.

En realidad enfrentarse a uno mismo aceptando todas las consecuencias que pueda tener algo así, es algo que requiere mucho valor, y que puede llegar a dar bastante pánico. Somos un saco de mierda, y claro, cuando entras en esos pensamientos por primera vez es normal que te asustes mucho. Básicamente porque es algo parecido a perder tu identidad y tus referencias.

Bien, esta entrada es simplemente para tenerla como referencia cuando me apetezca consultarla y reflexionar sobre ella. Si te ha servido de algo, me alegra, y si tienes alguna pregunta o quieres ponerme a parir, no dudes en usar la sección de comentarios, te mandaré a la mierda con mucho gusto.


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