Luego, sudoroso, desfallecí.
Revista Talentos
Terminé en la cuneta de mi equinoccio, sorbiendo la vida, arrastrando mi cuerpo por el árido desierto; apesadumbrado miré al cielo, viendo cómo los buitres observaban qué parte de mi cuerpo comer primero y yo pensaba: "Dios mío, por qué no me fui de veraneo a Benidorm".
Luego, sudoroso, desfallecí.
Luego, sudoroso, desfallecí.