tengo varios yo dentro mío uno lucha, un otro canta,hay quien sufre, quien ama, faltauno que será ausenciay el que tiene libre albedríopienso, sueño y hasta sonrío,ninguno de mi se adelanta;son ramas de la misma plantateniendo su presenciatan efímera cual un ríono creas que en todos confíouno de ellos con mira altatiene verdad en la gargantay en la mente demenciasegún le endilga el gentíoay, esos hombres dentro míoque con loca idea non sanctaa las costumbres sobresalta,al menos con decenciademuestran su lado sombrío
Hay un relato oral de la tribu amazónica Korubo que cuenta que no tenían un cacique sino un consejo de sabios, que estaba representado por cuatro ancestros y era hereditario.Hace un ciento de años, solo quedaban dos ancianos y los otros dos "sabios" eran jóvenes que habían subrogado a sus padres fallecidos.Uno de ellos, tenía una malformación en un brazo, cuya mano era cual un puño de madera que no servía para tomar un arma, pescar o recolectar frutos.Como en esas épocas rivalizaban con la tribu Acapiritá, un impedimento en un brazo era considerado un handicap para el enemigo.Es revelador que en el relato se nos hace saber que el consejo encabezabalas batallas, puesto que aún no fuera verificado, ser del consejo equivalía a ser un valiente guerrero.En las últimas batallas, un joven de unos quince años, hermano del "sabio manco", se había destacado por inferir innumerables bajas a los enemigos.Esto presuponía que toda la tribu pretendiera que ese valeroso guerrero fuera parte del consejo y no su hermano discapacitado.Un día, cuando se preparaban las armas (lanzas, chuzas, arco y flecha, cervatanas)uno de los dos ancianos del consejo le pide al "sabio manco" que no encabece la batalla, pero que se coloque unos zancos (una forma de ello) en sus piernas y un enorme y alto penacho de plumas, y que en la retaguardia gritase como un animal salvaje.El "sabio manco" sonrió y se sintió orgulloso de su papel en la batalla, comoun demonio gigante.La razón no fue esa, lo cierto es que en las batallas al estilo malón, las emboscadas son moneda corriente y al estar en la retaguardia, el improvisado monstruo fue advertido por su altura y ridículo penacho, docenas de heridas punzantes por lanzas, flechas y dardos envenenados le dieron muerte.Lo paradójico es que esa muerte en filas de los guerreros korubos fue tan festejada como la victoria que obtuvieron ante sus enemigos.Nuestra cultura es escéptica respecto a la sabiduría indígena, pero la realidad no está muy de acuerdo.