El 6 de diciembre de 1978, España aprobaba en referéndum, por amplia mayoría, la constitución que vendría a dar el marco legal en el que asentar y dar solidez a la recién nacida democracia. Tres meses después se votaba en las primeras elecciones generales constitucionales. La legislatura que arrancó aquel marzo del ´79 fue la más convulsa que ha tenido nuestra democracia. Sí, comparada con aquella, la legislatura que tenemos entre manos —que no podemos decir que sea una balsa de aceite— es poco más que el vídeo de “amo a Laura”.Tras aprobar la Constitución, Suárez se quedó fuera de juego, se perdió y entró en caída libre. El país era una caja de bombas, literalmente. Teníamos terroristas de verdad, de los que ponían bombas y pegaban tiros en la nuca; no políticos con ideologías afines —que también, y estaban en el parlamento— o extremistas a los que llamamos terroristas aunque no serían capaces de matar una mosca. Teníamos fascistas de verdad, no niñatos con gomina y banderita en la solapa —que también— o gente a los que llamas facha porque son de otro barrio o de otro bando; fascistas con poder y metralletas bien engrasadas, amigos del dictador recién muerto que odiaban el contubernio judeo-masónico-comunista que se estaba fraguando en su querida España. Teníamos comunistas de verdad, de los de la hoz y el martillo, de los que lucharon y mataron en la guerra defendiendo la república; no perroflautas aburguesados, recién salidos de la universidad y enganchados a Twitter. Y tuvimos golpe de estado con tanques en la calle y marchas militares en la radio. Y moción de censura —la primera—, que no prospera pero que todo el país sigue con nerviosismo por la tele. Y un presidente que dimite con la legislatura a medias y otro que llega para mantener el gobierno con respiración asistida un año más.
Podemos lloriquear, alimentar nuestros fantasmas y sucumbir a nuestros miedos. O podemos tirar pa´lante, quitarle la sonrisa a los ladrones y confiar en un futuro que nadie nos regalará.