Me inquieta Raquel, me preocupa su forma de hablar en estas últimas semanas. Su mirada que por momentos se pierde en la nada, clavada en un punto fijo, para luego confesar que no sabía que miraba. Su balbuceo por las noches, mientras aparenta dormir.
Pero más aún, el temblequeo en las manos que no le permite siquiera llevarse el tenedor a la boca. El mismo que le noto al caminar, al subir las escaleras. Sus piernas se tuercen de manera extraña, como si sus huesos se estuvieran desintegrando.
Algo pasa en Raquel y me asusta. Porque llega la noche y es un despojo, una piltrafa. Pero luego, al amanecer, despierta renovada, como si nada hubiese pasado. Y arranca el día jovial, alegre. Pero a medida que avanza la mañana veo los síntomas, que de a uno se adhieren a su ser como una asquerosa sanguijuela. Para el mediodía, es la del día anterior, la que me aterra. Sus ojos, incluso, pierden el brillo habitual y quedan opacos, con el iris dimensionado y oscuro, como si estuviera en trance.
Sin embargo no lo está, porque detrás de esa apariencia extraña, sigue siendo ella, conversando de los mismos temas de siempre, pero ajena a lo que le sucede. Su interior pareciera no comprender lo que ocurre a la vista de los demás.
Sus amigas le han pedido que vaya al médico, pero ella rechaza la idea. Se escuda en la excusa de que está bien, que se siente bien. Sus amigas finalmente desistieron y con el tiempo, han dejado de venir a verla. Ahora está sola, todo el día. Hace tres días que no sale a hacer las compras, ni siquiera bien temprano, cuando su apariencia no asusta a nadie. Estoy convencido, que tampoco comprende que su imagen aterra.
He notado que su piel tiene un raro salpullido y que llegando a la tarde, pierde pedazos, que caen como escamas. Y a través de la piel, por momentos, he podido ver sus arterias hinchadas, pero no azules, sino negras, oscuras, como si el torrente interno no fuera de sangre.
Temo que esa transformación se torne completa. Que una mañana ya no despierte la Raquel jovial de todos los días, sino la misma que llega a la noche convertida en un mostruo moderno: solitaria, alejada del resto, ensimismada horas y horas delante de la computadora o delante del televisor, dejando pasar las horas, el tiempo, la vida misma, pudriéndose en vida.
Por mí futuro no me preocupo, puedo buscarme mi alimento, maullar en alguna puerta y confiar en la suerte de ser adoptado por otras personas. Es el presente el que me preocupa, es el día a día y mi querida Raquel, que incluso ha olvidado que existo, aún cuando con mi ronroneo calmo su dolor cada noche.