Morada (Colin Thubron)
Publicado el 20 febrero 2020 por Enrique.arbe
@enriquearbe
Shiva, que medita en la cumbre de la montaña, retiene la sombra de su pasado de renegado. Es el señor de los estragos y la regeneración, patrono de místicos y trotamundos. Tiene la cara embadurnada de azul con las cenizas de los muertos. Danza para que el mundo sea y para que se arruine de nuevo. Aporta al mismo tiempo la esperanza y la desolación del cambio. Solo el yogui puede detener esa transitoriedad, pues, cuando está en trance, imagina su cuerpo unido al de Meru-Kailash, y activa sus energías psíquicas hasta que flotan en paz.En una de las primeras escrituras, Párvati, la hija del dios de la montaña Himalaya, busca a Shiva y lo seduce durante miles de años, mediante sus devociones ascéticas y su belleza inmortal. Se convierte en su shakti, el genio que le proporciona energía, y su matrimonio en la cima de la montaña es la unión del pensamiento y la naturaleza virgen. Pero Párvati es tan mudable como él. En ocasiones la llaman Urna, pura luz; en otras es Kali, la diosa terrible cuyos sacrificios me empaparon los pies en Dakshinkali.Sea cual fuere la divinidad principal, lo cierto es que el concepto de un dios de la montaña se expandió por Asia. Una enigmática etimología incluso vincula Meru al antiguo Sumer y los zigurats de Babilonia. Los templos hindúes se diseñaron para emular el trazado místico de la montaña, pues también ellos son las moradas de los dioses. El gran templo del siglo VIII Ellora, en el Kailash, tallado en roca basáltica, es un espejo consciente de Meru, como lo es la estupa budista del siglo III a.C. en Sanchi. Sobre todo en los santuarios shivaístas del sur de la India, los tejados ascienden hacia el cielo en forma de múltiples hileras de montañas, y sus depósitos de agua ritual representan la Manasorovar. En el Tíbet los chorten son Merus en miniatura, mientras que el triángulo blanco del Kailash se pinta en las puertas de las casas de campo. En el Asia del sudeste, los khmer camboyanos levantaban sus macizos templos siguiendo la misma pauta (Angkor Wat es una gigantesca imagen de Meru) y los palacios en forma de Meru de los reyes birmanos ayudaban a santificar su tiranía._______________________________________________________________________
Hacia una montaña en el Tíbet Colin Thubron (Londres -Inglaterra-, 14 de junio de 1939)A veces un libro se cruza en tu vida y como un inesperado minero, extrae de tu memoria retazos vividos con demasiada nitidez. Y este es uno de ellos.A veces los viajes comienzan mucho antes de que hayas dado el primer paso.A veces las reseñas son mitad crítica, y mitad narración personal. Y esta es una de ellas.Colin Thubron reflexiona al comienzo del libro sobre las razones que le impulsan a viajar. En este caso es la muerte de un familiar, su madre, lo que le obliga a coger de nuevo la mochila, un cuaderno de notas, un bolígrafo y empezar a caminar. Empatizo con él desde la línea número uno: “Un viaje no es una cura, tan solo produce una ilusión de cambio, y en el mejor de los casos se convierte en un consuelo espartano.” En alguna ocasión, los viajes se convierten en huidas hacia adelante, paréntesis oxigenadores para, tras un período, casi siempre breve, volver a la urbana realidad.Posiblemente el mejor escritor de literatura de viajes vivo, se embarca en la aventura de cruzar la frontera de Tíbet para llegar al Kailash, el único monte de los Himalayas que no ha sido coronado, por respeto a las creencias budistas e hindúes, santo para la quinta parte de la población del mundo. Carlos Valadés [leeryviajar.com]