Morris West, un escritor australiano nacido en 1916, murió en 1999 a los 83 años, de una forma que pienso yo a todos los escritores nos gustaría hacerlo: en su escritorio, rodeado de libros y escribiendo una frase de la parte final de su última novela: La última confesión, según palabras de su hijo Chris. ¿De qué trataba su obra póstuma? Del juicio y la prisión de Giordano Bruno, quien fuera quemado en la pira por herejía en 1600.
Hay algunos escritores que tienen una visión muy particular de la vida, es como si supieran sacar conclusiones de los acontecimientos presentes hacen deducciones, se arriesgan a ir más allá, y se convierten en profetas. Sucedió con Julio Verne, cuyas novelas que hablaban de viajes a la luna, al centro de la tierra, o bajo el mar en un submarino, asombraron al mundo, y muchos años después se convirtieron en realidad. O como el caso de Irving Wallace y su novela El hombre, que leí hace poco más de un año, que trataba de un presidente de raza negra en los Estados Unidos.
El autor que da pie a esta entrada: Morris West, pertenecía a esa raza de escritores. En Las sandalias del pescador, anticipó la llegada de un Papa venido del Este; en La torre de Babel se ocupó del desencadenante papel de Israel en la política de Medio Oriente; en Arlequín se introdujo en el mundo de los fraudes informáticos ¡Y apenas era 1974! Y así, su obra estuvo concatenada con hechos que más tarde le dieron la razón. No se equivocó con la lastimosa retirada de las tropas americanas de Vietnam en su novela El embajador, ni con su última profecía, El ojo del samurai; donde escribió acerca del fin de la era Gorvachov.
En sus poco más de cuarenta novelas, si se cuentan las que escribió bajo diferentes seudónimos al empezar su carrera de escritor, vendió un total de sesenta millones de libros. La razón de los seudónimos: «En Europa las editoriales solo me publicaban un libro al año, y yo necesitaba dinero. Era una cuestión de hambre» solía decir en las pocas entrevistas que concedió.
La salamandra no es una novela de aventuras, de política, o de espionaje. Después de haberla leído, estoy convencida de que es una obra de profundo valor psicológico. Ningún personaje es una figura decorativa, cada uno tiene un perfil descriptivo y de comportamiento tan real, que nos hace pensar que Morris West fue sin duda un gran conocedor la naturaleza humana. Hay ciertas frases en esa novela que pone en boca de sus personajes:
«La alta política no tiene nada que ver con la moral, ni tampoco con la justicia, sea relativa o absoluta. Es el arte y la profesión de controlar grandes masas de gente, de mantenerlas en precario equilibrio entre sí y con sus vecinos»
«El estadista jamás debe sobrevalorar su triunfo o perder valor por una adversidad pasajera. De vez en cuando necesita una víctima, aunque solo sea para evitar un holocausto. Para él la clemencia no es una virtud, sino una estrategia…»
«—Esas acusaciones será retiradas. A partir de este momento, vuelve usted a estar en servicio activo.
—¿Dependiendo de?
—De mí, Coronel. Cuando regrese a Roma, creo que podré confirmarle su nombramiento como Director.
Quería que aquello fuera como un espaldarazo… maná en el hambriento desierto de la carrera de un burócrata. En lugar de ello, me supo como las frutas del Mar Muerto, polvo y cenizas en la lengua. Durante un momento me había sentido un buen patriota; ahora, con el premio, me había vuelto a convertir en una puta. Sin embargo, aquéllas eran las reglas del juego. No tenía más elección que jugar o tirar las cartas sobre la mesa. Me incliné, sonreí y dije:
—Gracias, señor. Me hace usted un honor.
—Gracias a usted, Coronel. Buenas noches.»
Y esta última:
«No hay mayor dolor que recordar con aflicción los tiempos felices»
Morris West, maestro de la palabra, ha dejado una huella profunda en este mundo. Sus novelas más conocidas:
El abogado del diablo, 1959
Las sandalias del pescador, 1963
El embajador, 1965
La torre de Babel, 1968
El hereje, 1969
El verano del lobo rojo, 1971
La salamandra, 1973
Arlequín, 1974
Los bufones de Dios, 1981
Lázaro, 1990
Eminencia, 1998
La última confesión, 2000 (publicación póstuma)
B. Miosi