¡Lo maté con aquella quijada! Comprendedme, perdí mi connatural serenidad, pero me tenía hasta las narices.
Revista Talentos
Cuando se repartieron los papeles, me tocó el de malo. Él, por contra, era todo bondad, todo virtud. ¡El hijo perfecto! Nada más alejado de la realidad. Sabía cómo camuflar sus perfidias, sus crueldades.
¡Lo maté con aquella quijada! Comprendedme, perdí mi connatural serenidad, pero me tenía hasta las narices.
¡Lo maté con aquella quijada! Comprendedme, perdí mi connatural serenidad, pero me tenía hasta las narices.