Revista Literatura
En estos tiempos tan acelerados es cada vez más complicado encontrar algo que deje honda huella en nosotros. Ciertamente hay muchas obras, ya sean canciones, películas, series o videojuegos, que cuentan con millones de seguidores. Hay muchos ejemplos, conocidos por todos, que no es necesario enumerar pero, ¿cuántos de esos ejemplos pervivirán en el tiempo? ¿Cuántos no serán olvidados o pasarán de moda a los pocos meses de su inesperado éxito? ¿Cuántos quedarán grabados a fuego para siempre en la memoria y en el corazón de una persona?
Todos acabamos cogiendo cierto cariño a una determinada creación por lo que nos transmite. Sin embargo, hay diferentes grados de apego aunque esto varía en función de nuestros gustos y preferencias propias. Es un tema este, por supuesto, totalmente subjetivo y lo que yo pueda ahora contaros no tiene por qué ser compartido por vosotros. No obstante es probable que, cuando leáis este post, algunos os veáis reflejados de una u otra forma en mi experiencia y penséis: "A mí me sucede lo mismo con..."
Como decía, hay diversos grados en el apego que podemos llegar a sentir hacia algo, en este caso un videojuego. Cualquiera puede disfrutar durante un rato de una o varias partidas a un determinado juego y, al terminar, decir: "Está entretenido". Dejando a un lado que podamos o no decirlo para quedar bien, lo cierto es que dicha frase y otras similares denotan que el juego, en efecto, nos ha entretenido pero nada más. Simplemente hemos pasado un rato agradable con él pero más allá de eso no ofrece nada interesante para nosotros.
Eso sería un grado bajo. Uno intermedio sería cuando volvemos a jugar porque nos ha enganchado su historia, su jugabilidad o su propuesta en general. Clásicos como "Out Run", "Wonder Boy in Monster Land" y "Wonder Boy III: Monster Lair" a finales de los años 80 o arcades poligonales como "Sega Rally", "Sega Touring Car" o la saga "Virtua Fighter" son todos juegos de los que yo particularmente no me cansaré nunca porque a pesar del tiempo que pasa y de lo que la industria cambia siempre me divierten. Por supuesto no son los únicos pero, por su extensión, se hace imposible nombrarlos todos pero bueno, ahí quedan joyas de muchísimos quilates como "Street Fighter II", "Ghosts 'n' Goblins", "Rygar", "Knights of the Round", "Bubble Bobble", "Hammerin Harry", etc.
Si subimos un escalón encontraremos aquellos juegos que no solo se juegan, sino que se viven. Y aunque parezca mentira, no es necesaria una gran historia para sumergirnos en sus universos. Basta con una buena dosis de imaginación, algo que de niños nos sobra y que tanto nos cuesta poner en marcha de adultos. En mi caso dicha capacidad me permitió, entre otros, disfrutar del clásico "Shinobi" o del "Chelnov (Atomic Runner)" como ningún otro. Los jugué tanto que conocía cada recoveco, cada salto, cada enemigo, y de ahí (y no lo digo con presunción, simplemente es la verdad) llegué en más de una ocasión a pasármelos con una sola vida. Posteriormente ha habido varios juegos que han logrado hasta cierto punto hacerme formar parte de ellos, como por ejemplo los de la saga "Panzer Dragoon", los "Golden Axe" y, salvo el último que no me gusta mucho, los "Streets of Rage" entre otros. Lo sé, estoy nombrando muchos juegos de SEGA pero es que yo me críe con dicha compañía. Estoy seguro de que quien lo hizo con Nintendo tendrá juegos de "Mario", "Zelda" o "Metroid" entre sus fijos...
Sin embargo, aún hay un grado más, uno que podríamos llamar el definitivo, y es cuando el juego o, repito, lo que sea que disfrutemos, nos cala tan hondo que influye en nuestra vida, nuestra forma de pensar y de ver y entender el mundo que nos rodea. Hay dos videojuegos que, por experiencia personal, entrarían en esta clasificación. El primero es "The Elder Scrolls IV: Oblivion", el juego que más he jugado de la pasada generación si se tienen en cuenta las casi dos mil horas que le he echado a lo largo de los años desde que lo adquirí en el 2006. ¿Por qué es tan especial para mí? Porque, entre otras cosas, engrandeció aun más si cabe mi pasión por todo lo fantástico en general y lo medieval en particular. Fue además una de mis fuentes de inspiración para escribir la trilogía de "Los Guardianes de Dárdalorth", de la que ya he hablado en otros blogs anteriormente. Sé que su secuela, "Skyrim", luce bastante mejor y que los dragones molan y todo eso. En su día me lo regalaron y lo he jugado también mucho pero lo cierto es que, si tengo que elegir, me quedo con "Oblivion" sin ninguna duda.
Pero ni siquiera "Oblivion", con todo lo que me ha dado, puede igualar a la que podría considerar como la "Sagrada Familia" de los videojuegos. Una obra impresionante que, incluso inacabada (por ahora), no solo me introdujo en una cultura fascinante ni me hizo sentirme protagonista de una épica historia. Es que, lo digo como lo siento, cambió mi vida. Así de simple y de directo. Yo no sería quien soy hoy si no hubiera conocido esa obra maestra que es "Shenmue", un juego que por cierto estoy rejugando durante estos últimos días en mi Dreamcast por vez primera desde hace muchos años. De "Shenmue" no puedo destacar nada porque es un todo cuyo mensaje se me hace muy difícil expresar con palabras. No solo como juego es una maravilla a pesar de que a día de hoy su manejo pueda parecer tosco, pues entre otras cosas sentó las bases de los mundos abiertos actuales sino que, por encima de todo, encierra multitud de enseñanzas y valiosas lecciones sobre el honor, el respeto y la lealtad. Y todo ello además sin una sola gota de sangre ni la más mínima palabra soez, atributos ahora tan de moda en muchas producciones actuales y en nuestra sociedad.
Como dije al principio todos tenemos, de entre cuánto nos gusta, una o varias piezas especiales que destacan por encima del resto. En lo referente a los videojuegos estás que acabo de describir son las mías. Dejadme que os invite ahora a que compartáis las vuestras...