viernes 3 de enero de 2012
Le pide que los deje. Pesan
demasiado,
dice. Cubiertas que el tiempo desluce,
títulos que sus ojos prefieren, palabras
por las que ha buscado los pequeños
y tranquilos bares de barrio.
No son los objetos
—aquel viejo disco
que juntos compraron en Marsella,
la ajada cartulina de un ticket de metro,
las suaves y encontradas bolmas…—,
es otra cosa, más grave, responde.
Déjalos, vuelve a
repetirle y sigue
ordenando las ropas y los avíos. Detrás,
por la puerta que da al balcón, la alegoría
que ahora recuerda: unas gaviotas
buscando en los techos
la comida
que no había en el mar.