Ahora que estamos de mudanza, también emocional, comparto esta entrevista que me hizo Clara Ferrer Capó en Barcelona, el año pasado. ¡Ahora, a por el futuro!
Follar no es un eufemismoJoana Abrines es una joven periodista, guionista, productora audiovisual y documentalista. Actualmente trabaja como productora audiovisual del programa televisivo “Soy cámara” de TVE, además de colaborar en varios colectivos artísticos como “Impar3en1”, creado por ella juntamente con Joan Garau y Pep Garau. Con este colectivo ha publicado “Poesía poesía”, un libro-cd que puede leerse (Joana), verse (Joan) y escucharse (Pep) formado por tres vértices de un mismo triángulo.
Un maniquí de mujer (con pezones tachados por cinta aislante negra y una polaroidcolgante) con cabeza de “Darth Vader” da la bienvenida a un piso pequeño pero de luz acogedora y de seis pisos sin ascensor. Es el 19 de marzo. No se puede entrar si el que abre la puerta no se aparta y cede un poco de espacio. Un breve y apretado pasillo atestado de libros ligeramente ordenados en una estantería blanca conduce a una sala de tamaño moderado y cómodo, lo suficientemente pequeña para no poder acoger un holgado encuentro pero lo suficientemente grande como para no sentirse solo cuando comes.
Joana es mallorquina de padre y andaluza de madre. Se define escribiendo versos castellanos pero se expresa en voz alta en dialecto de pueblo situado en las entrañas de Mallorca. Escribe poemas como quien canta en la ducha o para el despertador por las mañanas prematuras. En todos los poemas hay mucho de ella misma pero hace cuatro años (tenía veintiséis) se atrevió a desnudarse por completo en su “Epitafio”. En este poema, publicado en su blog personal alehop13.blogspot.com, se declaraba entre muchas cosas como “ciudadana cero”, “poeta de manga ancha”, “mujer”, “lenguaje ni limpio ni sucio”, “mezcla de requesón y miel”, “compañera de vida sin complejos” y “autodidacta en el amor”.
Después de pasar por diferentes espacios y ámbitos de la comunicación (20 minutos, Radio 3, CCCB, entre otros) y por la vida en general, la descripción no ha variado en esencia y Joana sigue siendo una niña demasiado mayor para envejecer y una mujer demasiado joven para resignarse.
Lleva siempre una (gran) sonrisa puesta que le estira aún más los ojos almendrados (en color y forma), haciendo aparecer unas arrugas oportunistas que en un futuro (que parece lejano) se convertirán en las famosas y temidas “patas de gallo”. Tiene la frente ancha, una nariz diminuta y una boca sensual en un rostro crecientemente pecoso sin potajes ni maquillajes. Tampoco lleva joyas. En cambio, sí lleva las uñas perfectamente pintadas de rojo pasiónque combina con los labios del mismo color cuando sale a escena. Solamente gasta tacones, alguna joya y labios pintados cuando tiene que mostrarse en público. Se cuida como un perro, dice, por costumbre.
A pesar de tener larga melena, ningún cabello cubre su frente. Sus diminutas orejas sujetan el excesivo peso de sus cabellos lisos pero gruesos que se prolongan más allá de su pecho. Roza los treinta y en vez de que algunas arrugas mancillen sus rasgos, pequeñas manchas marrones cubren sus mejillas. Es niña en mirada pero mujer en cuerpo.
Tiene la costumbre (fea, según ella) de hacerse suyos los libros manchándolos de tinta o de grafito y marcando y desmarcando los bordes de las páginas que los forman. Padece el Síndrome de Diógenes literario. Acoge y apadrina todos los libros que encuentra en las sucias calles barcelonesas. De día o de noche. El tema o disciplina tampoco importa porque todos los libros cuentan una historia única y valiosa. Hace caber los pequeños tesoros encontrados en la estantería de la entrada, amontonando unos encima de otros.
Como mujer, ha compuesto un poema que lleva este título, “Mujeres”. En él, nada en una piscina de colores y sombra con melodía, al principio de tensión y suspense, que anuncia secretos que las mujeres protagonizan. Se trata de un video-poema producido por el colectivo Impar3en1, que se puede encontrar en su blog y en Youtube:
Somos la vulva estilizada
que ellos se llevan a la boca
en público y en privado.
Somos los martinis suaves
que beben en compañía
de eternos amigos
con los que se irían a la cama
si a la mañana siguiente
nadie supiese nada;
ni ellos mismos.
Somos la música ambiente,
sudor en las persianas de locales nocturnos,
entre rítmica plausible, zapatos de tacón,
alegalidad y luces de neón.
Somos agua convertida en mejor hielo,
transparencia alcoholizada.
Las féminas como gatas pardas
despertamos aullidos
y follamos sin eufemismos.
La encogida sala de estar (que aún así es la habitación más grande del piso) está impregnada de olor a ropa limpia. Joana está haciendo la colada mientras habla en pensamientos. Dos camisetas a rayas de tallas muy contrastadas cuelgan sin pinzas de los hilos del tendedero. Le gusta ir a conjunto con su pareja. Como una niña traviesa sorprendida en medio de una travesura, confiesa que a veces intenta ir del mismo color que Joan, aunque él no sabe nada (menos mal).
Hace más de diez años que comparte piso y vida con Joan. Se conocieron con música, tocando en un grupo del pueblo de Joan, también en la Mallorca profunda. Joan tocaba el bajo y Joana la guitarra eléctrica. De esta etapa musical solo quedan buenos recuerdos y el amor, pero Joana no se ha considerado nunca música. Dice que, afortunadamente, supo parar a tiempo.
Aunque confiesa escribir cuando está especialmente triste o eufórica, insiste en afirmar que no escribe como terapia. La poesía no le hace sentirse mejor, más optimista o más animada pero se lleva bien con ella. Comparten mundo donde solamente existen ellas dos, las dos mujeres. Simplemente coexiste con ella y a menudo, sin previo aviso, se manifiesta en versos (castellanos) y garabatos en una de sus muchas libretas de papel reusadas y acartonadas.
Un envejecido ventanal les sirve de atalaya de la ciudad, como quien vigila un campo de centeno. La luz tenue que anuncia el cercano crepúsculo se filtra entre las minúsculas partículas de polvo enganchadas en los cristales. Los ojos de Joana parecen más verdes que castaños.
Ahora grita desde la cocina mientras lava algunos platos para que Joan pueda comer al fin. La cocina está justo al lado, es la habitación contigua a la sala donde me encuentro. Sobre la encimera de granito de la cocina hay una palangana con restos del que pudiera ser un romántico e improvisado desayuno en la cama.
Regresa ante la atalaya, contempla unos instantes la ciudad y vuelve a acomodarse en el sofá. Cambia de postura varias veces: se sujeta la cabeza con una mano reposando el brazo en los colchones, se sienta encima del reposabrazos, cruza y descruza las piernas y vuelta a empezar. Reflexiona con la mirada baja y fija en el suelo, con voz relajada y ayudándose siempre de sus manos desnudas de joyas pero pintadas de carmín. Mira a los ojos buscando reconocimiento, aprobación o un simple asentimiento del otro a cada larga y pausada reflexión.
- Admiro a Jane Bowles.- ¿Quién?- Este es el problema. Mucha gente no sabe quién es, nadie la busca. Estuvo casada con el escritor. Paul Bowles. De él cogió su apellido además de una afición al alcohol. Ella también era escritora pero siempre estuvo en la sombra, eclipsada por su marido. - ¿Por qué la admiras?- Por ser una figura femenina y feminista. Era de mentalidad muy abierta, muy experimental. El caso es que a causa de su adicción al alcohol sufrió una hemorragia cerebral que dejó sin funcionamiento a la parte del cerebro que se ocupa del lenguaje. Se quedó sin palabra y no pudo seguir escribiendo. Es lo más triste y trágico que pueda pasar a un escritor. Se quedó sin medio de expresión. Murió completamente sola.
Se queda callada y quieta en el sofá, pensando en el desgraciado final de la escritora. Joana escribe más poesía cuando está afligida, mustia o indignada. Tal vez también tema quedarse algún día sin palabras.
Ella no vive de las palabras pero (con)vive con ellas. Su sencillez e inocencia al hablar, propias de una niña, a veces pueden incomodar a la gente. Habla sin eufemismos y se ríe con carcajadas impetuosas.
- Joana es más dinámica que reflexiva y más sensible de lo que le gusta aparentar –declara Joan resulto pero exageradamente ruborizado cuando le pregunto, aprovechando que ella está en el baño.
Me pongo de rodillas en el suelo de baldosas casi centenarias al lado del maniquí de la entrada para seguir el ritual estipulado: regalar un comentario o frase (erudita, propia o ninguna de las dos cosas) en la “Underwood”. Mi regalo, un librito empolvado tamaño carné de conducir: “La sugestión en el crimen pasional” de Jorge Bofarull.
Texto de Clara Ferrer Capó