Muerte indigna

Publicado el 05 junio 2010 por Rizosa
Hacía mucho calor aquella mañana, por lo que su frágil cuerpecillo moreno empezó a derretirse con los primeros rayos del sol que se colaban por la ventana entreabierta.
Estaba desesperado. Había intentado de todo: desde tumbarse bajo la cama, escondido entre viejas maletas vacías y montones de zapatos, hasta sentarse en la bañera a ver si el frío mármol conseguía calmar su dolor.
Pero no estaba hecho para el calor, se dijo finalmente aceptando su destino. Bajo la mirada hasta la parte inferior de su cuerpo, que ya no era más que una pasta blanda y brillante que se iba escurriendo poco a poco hasta el suelo...
Y se puso a llorar. Era muy triste acabar así, solo y sin nadie que pudiese terminar con su agonía.  Hubiese preferido mil veces que su muerte fuese más normal, como la de todos sus amigos y familiares. Que su vida hubiese tenido un sentido, un por qué, y que los mordiscos y lametones fuesen haciéndolo más y más pequeño hasta desaparecer por completo. Que alguien alabase su delicioso sabor, su dulzura exacta, su suavidad y su eficacia refrescante.
Pero un Magnum almendrado no nace para terminar derritiéndose sobre el parquet, no señor.

-Beíta, hija, te tengo dicho que escribir con una caja de helados al lado no es lo mejor cuando estás a dieta...  Y no, tampoco vale que te pongas a ver el blog de cocina de Mara.