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Muerte súbita, de Álvaro Enrigue

Publicado el 25 noviembre 2013 por Jordi Jordi Corominas @jordicorominas
Muerte súbita, de Álvaro Enrigue

Replantear la modernidad hablando de su origen: Muerte súbita de Álvaro Enrigue, por Jordi Corominas i Julián
Álvaro Enrique, Muerte súbita, Anagrama, Barcelona, 2013Premio Herralde de Novela 
De repente, en la página doscientos de Muerte súbita, el lector que es crítico literario se da cuenta que Álvaro Enrigue nos ahorra mucho trabajo porque él mismo, en su novela poliforme, nos desvela claves interpretativas.
“No es un libro sobre Caravaggio o Quevedo, aunque es un libro con Caravaggio y Quevedo. Ellos dos, pero también Cortés y Cuauhtémoc, Galileo y Pío IV. Individualidades gigantescas que se enfrentan. Todos cogiendo, emborrachándose, apostando en el vacío. Las novelas aplatanan monumentos gracias a que todas, hasta las más castas, son un poco pornográficas.”
La novela no morirá, pero pese a las mil y una proclamas que quieren vendernos pelotazos está en un momento de duda, paralizada en la cronología a la espera de una nueva revolución. He repetido mil veces la frase de una entrevista donde un autor me dijo que quería escribir diferente porque entregar otra Madame Bovary a las estanterías no tiene ningún tipo de sentido, es prolongar una farsa ya superada. Tenía razón. A lo largo del año aparece el mismo libro con la misma estructura. Supuestamente varia la historia por imperativos del guión que cada prosista elige, sólo eso, porque al fin y al cabo los textos guardan demasiadas similitudes entre sí.
Por eso Muerte súbita de Álvaro Enrique merece un aplauso cerrado. Ha tomado la novela como campo de juegos, como certera excusa para armar un cuerpo único que, sin deberle nada, tiene un aire vilamatiano de ensayo escondido, de materia que lleva una máscara muy rotunda y hace bailar a quien la lee. Si nos guiáramos por preceptos clásicos diríamos que el Premio Herralde de 2013 usa el Tenis como punto de partida para abarcar determinados conceptos que viajan a la época de la contrarreforma y desde ahí convergen en dos figuras claves: Caravaggio y Quevedo. La explicación sería insuficiente. El pintor y el poeta dirimen un duelo épico entre raquetas y resacas en la Piazza Navona. Ambos han coincidido en la noche de la Ciudad Eterna. Uno, obsesivo y pendenciero, la domina como nadie. El otro, fugándose a la espera de un retorno a la normalidad, la observa y sucumbe a su delirio. A la mañana siguiense te enfrentan y nosotros, que nos dejamos guiar por lo que nos cuentan, contemplamos el evento como algo surrealista porque ignoramos que un hecho como el que describe Enrigue podía darse a principios del siglo XVII. Demasiado Nadal y poca curiosidad. Para eso están los exploradores y la trascendencia del Claroscuro.
Muerte súbita, de Álvaro Enrigue
“Tampoco es un libro sobre el nacimiento del tenis como deporte popular, aunque definitivamente tiene raíz de una investigación muy larga que hice sobre el asunto con una beca de la Biblioteca popular de Nueva York. La hice después de darle muchas vueltas al hallazgo de un dato fascinante: el primer pintor propiamente moderno de la Historia fue también un gran tenista y un asesino. Nuestro hermano.”
Nuestro hermano, precursor del tiempo de violencia y deporte aunque, y es importante, el autor del San Mateo más maravilloso fue el sucesor de Miguel Ángel y supo dar una vuelta de tuerca a su legado. La faceta artística es una e interesa mucho a Álvaro Enrigue, que la disecciona desde una admiración que plantea preguntas porque ha comprendido que en Caravaggio asoman las contradicciones que darán paso a la modernidad. No es el clásico artista cumplidor a secas. Es un hombre libre difícil de domar, un grito a la independencia enclaustrado en universo que no está exactamente preparado para su presencia. La confluencia del tenis sirve al narrador para un peloteo imprevisto en una esencia demasiado olvidada por muchos: el contexto. ¿Qué haríamos sin él? Sucumbir mil y una veces, morir en la orilla por incapacidad de enmarcar acciones. En este caso el contexto es otra treta del partido. Con la cancha nos trasladamos al embrión de la crisis con Enrique VIII y la decapitación de Ana Bolena, sus cabellos, un coleccionismo casi benjaminiano y la bola que rueda de una mano a otra hasta aterrizar en el destino que sirve al titiritero.
“No es un libro sobre la contrarreforma, pero sucede en un tiempo que ahora llamamos así y por eso es un libro en el que aparecen curas torcidos y sedientos de sangre, curas sexópatas que se la metían a niños, curas rateros que incrementaron su peculio obscenamente gracias a los diezmos y las limosnas de los pobres de todo el mundo. Curas que fueron unos cerdos.”
Muerte súbita, de Álvaro Enrigue
Con la iglesia hemos topado. Con Pío IV y su papel de encrucijada, con Carlo Borromeo y su maldita santidad. Hasta con Sixto V, que no tiene sucesor en el elenco papal porque los que mandan en la religión de la cruz carecen de ironía y no rinden homenaje al urbanista frustrado, a la bestia que usaba los materiales de construcción de la antigua Roma para glorificar sus proyectos. Enrigue los usa con otro estilo, desde la reflexión de la metamorfosis de lo viejo y lo nuevo y otro objeto, que no sólo sirven en las tramas detectivescas, que conecta Europa con América desde una doble óptica. Por una parte la presencia de Hernán Cortés se percibe como la capacidad de los mediocres para alterar el mapa, que arde por ambición, vanagloria e incomprensión de lo vivido. En medio de la dualidad se salva Vázquez Quiroga, quien supo intuir desde la utopía de Tomás Moro una sociedad que no dañaría lo indígena, dándole frutos brillantes. Por la otra está la descendencia que conduce a Osuna y Quevedo.
En Cortés hay otro punto que resume uno de los sentidos de Muerte súbita. En el juego de la pelota se cortaba la cabeza al ganador. El soldado que le acompaña dice que hay que enseñarles que se le corta al perdedor. La distancia y el choque se han consumado.
El Premio Herralde de Novela siempre es un escaparate de polémica, ideal para las tertulias, siempre más aburridas, de literatos y gente del mundillo. Aquí, si quieren discutir, tienen un ejemplar diverso, una creación auténtica que intuye que debemos dar un viraje a la modernidad mientras habla de sus orígenes con originalidad y un punto de vista que se aleja de lo convencional. ¿Quién da más? La contienda es inagotable.

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