Revista Literatura

Mujer bajo la farola, Lydia E. Carabajal

Publicado el 13 septiembre 2011 por Adriagrelo

Mujer bajo la farola, Lydia E. Carabajal ¡Joder, qué calor! El verano aprieta. Se abrenlas ventanucas y los portales, para darle paso al vientecillo aliviador. Elpueblo está en la periferia de Granada y el escenario contrasta bastante con laciudad, falta la alegría de los granadinos, el color de la Alhambra, lostablaos con su taconeo, las palmas, los vestidos con volados, la arquitecturamorisca, las coplas.
El tiempo ha detenido su incesante marcha yestá de descanso en este pueblo. Nada parece moverse, una exageradatranquilidad convive con los habitantes. Se aprecia una chatura general, conmujeres conformistas y hombres de pretensiones mediocres. Los recursos sonmínimos y anticuados.Hoy, como todos los días, a la hora en que elsol termina su jornada y nos brinda algún respiro, me asomo a la ventana ydisfruto de una bebida refrescante, mientras recorro el pueblo con la vista,como si estuviera en un colosal mangrullo en lugar de un piso bajo, cerca delsuelo polvoriento. Veo a mi vecina de enfrente salir con unarevista en sus manos hacia la plazuela del pueblo, en busca del fresco y dealguna tranquilidad. Sus jornadas son duras, hay marido que atender, casagrande para limpiar, hay que ir al río todos los días y lavar la ropa sobre laspiedras. Se la ve abrumada, con un cansancio enorme que la invade. Se aprecia ensu andar cansino y desganado. También está algo desarreglada y un poco pasadade peso.No dejo de mirarla, la intuyo algo ingenua ycarente de afectos verdaderos. Sus dos hijos se han ido a la ciudad, en buscade una mejor oportunidad laboral. Su hombre no es malo, pero sus manos se hanvuelto tan rústicas con el trabajo que se han olvidado de acariciar.Llega a la placita, encuentra el banco máscómodo debajo de una hermosa farola con  arabescos y buena luz para leer. Descansa suspiernas y los  pies regordetes sobre elbanco, se calza los anteojos y comienza a hojear la revista. Las notas demodas, tan llenas de color, le fascinan y su imaginación pueblerina se colma desueños e ideas locas. ¡Cómo me gustaría adentrarme en esos sueños, comprobarhasta dónde puede volar! Y ¿por qué no? Fisgoneo un poco y acompaño su vuelo.
Se ve esbelta, poniéndose esosvestidos, en un gran salón, con su pelo recogido, con arañas que iluminan impiadosamentesu maquillaje un poco recargado. Aún así, ¡se la ve tan bella! Se cansa debailar y de reír, con su cintura asida con fuerza por los brazos de los elegantescaballeros.Observo sin embargo que está bebiendodemasiado, sus sonrisas devienen en risotadas, alguien nota que se estádeteriorando y la acompaña a la calle. Es un nuevo amigo que pretende sus amores. Ellaprefiere seguir caminando sola, por esa adoquinada callecita iluminada por laluna y las farolas.Unas vidrieras semipenumbrosas aparecen antesu vista, con mujeres llamativas exhibiéndose. Al costado una pequeña puertaoscura. Siente curiosidad, entra. Encuentra un mundo diferente al que conoce,un ambiente donde abundan el alcohol y las luces rojas, las mujeres llevanvestidos de seda brillantes y los hombres son dispendiosos para lograr cariciasy amores inmediatos y pasajeros.De pronto alguien la toma de un brazo y laconduce a un cuarto, diciéndole “tu nombre de trabajo será Babette”. ¿Quétrabajo, de qué, dónde, por qué me cambian el nombre?A partir de allí, Babette es la preferida dela noche, la que embolsa más billetes en su escote, la que se pone más alegrecon cada copa que le invitan, la que vende los amores más apasionados, sin ningunaemoción.Pasa la noche y debe hacer frente a losalbores del día siguiente, en su camino de regreso. No la ha pasado tan maldespués de todo y lleva una buena recompensa. Ya va pensando en volver. Miratú,  ¡qué bien aprovecha el verano ladoña ! Ya está, llegó, ahí está la plazuela, se sienta nuevamente y emite un hondosuspiro.
Su cabeza ha caído sobre el pecho, los lentesse han deslizado hasta la punta de su nariz, la revista está en el piso,abierta en esa página de modas que tanto le gustan. Ya es de día, el vigiladorpasa y la sacude levemente del hombro. Ella despierta, ¿dónde estoy? ¿qué horaes? ¿quién se llevó mi vestido de seda? ¡me robaron los billetes!Ala, ala, mujer, que hay que volver a casa. Selevanta y se va medio dormida aún. La revista queda olvidada en la plaza y unaleve brisa comienza a dar vuelta sus hojas.

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