Mujer te doy

Publicado el 01 octubre 2015 por José Ángel Ordiz @jaordiz
No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él."

(Génesis, 2:18)

Días después de ser publicada Mujer te doy, recibí la llamada telefónica de un crítico literario de cuyo nombre no me acuerdo porque no quiero acordarme.

Dio por supuesto que yo debería conocerlo (ni idea de quién era) y, tras cerciorarse de que hablaba con el autor del relato, me soltó: "Te llamo para decirte que voy a poner a parir tu novela". No recuerdo (ahora sí querría recordar, pero es imposible) las palabras exactas de nuestra breve conversación, aunque el diálogo entre besugos (o sea, entre él y yo) fue algo así: "¿Cómo dices?". "Lo que has oído". "¿No te gustó?". "¿Puede gustarle a alguien la pornografía pura y dura?". "Lo que has oído". "¿Te pareció pornográfica?". "Me pareció lo que es en muchas páginas de sexo y más sexo explícito, una aberración, sí, ¿me oyes bien?". "Sí, bueno, hay algo de sexo explícito, pero...". "¡Pero nada! Ya sabes lo que te espera, este fin de semana saldrá mi crítica en el periódico sobre esos personajes tuyos que no paran de follar, sobre esos coitos que tanto hirieron mi sensibilidad". "Pero la historia...". "¡Déjate de hostias, de historias!". Fue entonces cuando, besugo él, me convertí yo en besugo al decir lo que pensé: "Oye, pues me harás un favor". "¿Cómo dices?". "Que lo pornográfico vende mucho, no nos engañemos, y si pones eso del sexo explícito, de los coitos...". Guardó silencio (o lo guarda ahora en mi memoria) antes de despedirse de mí con un sonoro: "¡Vete a la mierda!".

De haberme callado lo que pensé, esa crítica destructiva me hubiera ayudado a vender algún que otro ejemplar de Mujer te doy, pero pequé de sincero y el crítico (besugo pero no del todo imbécil, desde luego menos alelado que yo), al que tanto hirieron las escenas de cama de mi relato, debió de tomar nota y pensar "Al enemigo ni agua" y nada escribió sobre Lázaro el jorobado (el padre lo arrojó a un montón de estiércol en cuanto se percató de su defecto de fábrica pero la madre lo rescató a tiempo; qué menos por mi parte, con ese precedente y otros por el estilo, que concederle un premio de la lotería) ni sobre Alba (la hermosa prostituta que despertó a los hombres de un pueblo de alta montaña en vías de extinción) ni sobre la mujer, Eva, con la que deseo que Lázaro siga siendo feliz (cuando me despedí de ellos, iban por buen camino).

Para finalizar esta entrada con un fragmento de la novela, volví a las páginas de Mujer te doy y, como tantas veces me sucede al leer mis textos pretéritos, me pregunté: ¿Escribí yo esto? También comprobé lo que un amigo (nada tiene de besugo Javier Lasheras, por eso insiste en que él solo esboza reseñas o comenta en voz baja) tímidamente me indicó en su día: la facilidad con la que el lector puede perderse al principio de la historia, como si el autor pretendiera disuadirlo de continuar leyendo; mucho más atractiva (según el prudente y tranquilo Lasheras) la segunda parte, donde los más tenaces pueden hallar la recompensa de una isla acogedora una vez superadas las barreras coralinas de mis típicas dispersiones que en este blog, sin ir más lejos, quedan patentes.

Así que no me ha resultado fácil elegir un fragmento que de algún modo represente la narración sin incluir escenas de cama (en verdad carentes de sábanas que protejan la sensibilidad de ciertas personas) o mis indeseados (pero inevitables, ¡qué poco arte tengo, rediós!) arrecifes de palabras. (Cuando sucede lo siguiente, todos creen en el pueblo que a Lázaro lo han comido los lobos y que de él no han dejado ni los huesos; ignoran que, por el contrario, la fortuna le ha sonreído y que ha decidido vivir la vida; pronto lo sabrán, y pronto descubrirá él que Alba, como el lujoso coche, no es lo que busca, la mujer que yo, endiosado, le daré) Mucho más satisfecho que fatigado, entró en el hotel que le recomendó el vendedor que lo atendió en el concesionario con toda clase de agasajos pese a que su vestimenta -el pantalón de pana, la camisa de felpa bajo el jersey, el anorak- no fuese la más adecuada para alguien que pudiera pagar un Mercedes deportivo al contado. Tras el mostrador de recepción había una mujer joven y un hombre maduro. La muchacha hablaba por teléfono y fue el hombre de bigote fino, uniformado, como la compañera, quien lo saludó y quedó a su disposición. Lázaro, sin equipaje, después de usar el cuarto de baño y de probar la cama de la habitación individual del tercer piso, se asomó a la ventana del dormitorio, ante él una panorámica amplia y luminosa de la ciudad. -Qué pienso ahora, qué. De nuevo en recepción, agradeció que la muchacha uniformada hablase otra vez por teléfono sentada en un sillón giratorio ante la pantalla del ordenador. Le sonrió el hombre maduro de bigote fino y traje azul. -Verá... -Lázaro sacó la cartera con el dinero y la documentación que el sargento Alonso no hallaría tres días más tarde en la vivienda de Carola-. Es que... -dudó el jorobado. -Diga, diga -lo animó el recepcionista de pelo negro, posiblemente teñidas las canas-. Lo que necesite. -Es que no quiero dormir solo, ¿entiende? -Ah, ya. ¿Desea compañía femenina o masculina? -Femenina, femenina. -¿Europea, sudamericana o de color? -Del país, a ser posible. Delgada, joven y guapa. El precio no me importa. Carraspeó el recepcionista, enarcó las cejas, se llevó una mano al mentón. Lázaro comprobó de reojo que la atractiva muchacha -por ella sí que pagaría lo que fuese- continuaba hablando por teléfono; depositó sobre el mostrador un billete de cincuenta euros que el hombre pensativo guardó de inmediato sin dejar de pensar. -Si el precio no es un inconveniente para usted... -Si la hembra lo vale... -¿Cenará aquí, en el hotel? -Sí, por qué no. Pero... -Ya, ya. No dormirá solo, no se preocupe. Le he preguntado sobre la cena porque en nuestro comedor tal vez encuentre lo que busca. Del país, delgada, bastante joven y guapa: Alba. Algo cara, eso sí. -¿Es una empleada? -No, no -sonrió el recepcionista-. Nos frecuenta, suele cenar aquí, eso es todo. ¿Quiere que lo acompañe hasta el comedor y se la presento? -Se lo agradecería. -Por aquí -le indicó el recepcionista al huésped-. Si Alba no es de su agrado, que lo será, estoy seguro, me lo dice cuanto antes.

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