Ayer parece que el telediario de la uno se volvió a lucir. Si hace unos días recomendaba a los parados rezar para combatir la ansiedad y de paso darle un empujón a la industria de las velas, en esta ocasión aconsejaba a los padres como educar a sus hijas a la hora de vestir para no ser “provocativas”. A este paso acabaremos viendo las noticias en blanco y negro.
La frase de “es que vas provocando” además de machista me suena tan retrograda, que me recuerda aquellos tiempos en los que si la chica a la que habían violado llevaba minifalda costaba arrancarle al juez una sentencia claramente condenatoria, sin dudas ni comentarios sobre la decencia de la mujer en cuestión. Parece que hay cosas que nunca cambian.
Me desagrada e indigna profundamente la imagen de mujer florero que los medios de comunicación y los intereses comerciales siguen implantando en nuestra sociedad. Veo las carreras de motos y no entiendo porque tiene que haber mujeres esculturales medio desnudas sosteniendo un paraguas aunque haga un frío que pela. Eso por no hablar de las marquesinas, vallas publicitarias y anuncios de televisión donde se lucen piernas, culos y pechos perfectos para vender productos que por supuesto no te convierten en lo que estás viendo, pero que te hacen sentir imperfecta por no ser así. Pero eso es otro tema.
Detesto esa doble moral, la que coloca a las mujeres ante ese gran espejo público al que tienen que mostrar constantemente su belleza, desde la adolescencia, sin perder la inocencia se supone, y hasta la vejez, sin perder el sentido del ridículo. Es la moda, esa gran industria, la que impone mediante las grandes cadenas de ropa miméticas en todos sus diseños lo que hay que ponerse en cada temporada, sobre todo si quieres ser una adolescente aceptada por el grupo. Esa moda que obliga a enseñar las piernas con unos shorts mínimos o unos leggins superajustados al mismo tiempo que deja un hombro al descubierto, y que tanto preocupa a las madres y padres que no quieren que sus hijas vayan provocando miradas lascivas por la calle.
Mientras tanto se suceden las víctimas de la violencia de género y la gente contempla atónita e incrédula las noticias sobre este tipo de asesinatos, como si fuera algo impensable en nuestros días, en una sociedad tan desarrollada y avanzada culturalmente como la nuestra. ¿Pero realmente lo somos? Se siguen vendiendo los mismos estereotipos de la mujer que hace veinte o treinta años, presentadoras de programas de entretenimiento subidas a taconazos de 15 cm con bonitos escotes mientras el compañero masculino luce deportivas y barriga sin ningún tipo de recato.
No quiero entrar en las desigualdades laborales o de poder, es una batalla en la que todavía queda por pelear, pero si que me molesta enormemente seguir transmitiendo a las siguientes generaciones esos modelos femeninos y masculinos que suelen generar desilusión y baja autoestima.
Estoy harta de que a las mujeres se nos trate como floreros. Y a los floreros no se les respeta.