Llegamos "a la mitad del camino de nuestra vida" y empezamos a ver más lejanos sus inicios, pero curiosamente, con cada día que pasa van siendo más claros. Veo una casa pequeña: dos cuartos grandes y uno más pequeño, al que mi mamá llama "la sala" y es donde platica algunas tardes con las amigas que la visitan. Una estrecha escalera me lleva a una pequeña azotea e la que mi mamá tiende la ropa mientras yo me divierto con mis juguetes: un grupo de indios y cowboys de plástico, con sus monturas del mismo material, unos soldaditos con sus cascos forrados por una redecilla, un camioncito de plástico con redilas de madera, al que cargo de piedritas y en el que hago travesías a lugares lejanos, tan lejanos como la Laguna o el Cerro Hueco: bosques y parajes misteriosos en donde vivo aventuras fabulosas, acompañado por mi hermanito Felipe, quien es mi compañero indispensable para mi principal diversión: una "palanca" (subibaja) hecha con tubos metálicos y asientos de madera. Mi hermanita Estela nos ve jugar y comparte nuestras risas y gritos de alegría, pero no usa la palanca: ella es muy pequeña y mi mamá dice que se puede lastimar. Me gusta también pararme sobre una cajita de madera y asomarme por la barda de la azotea y ver los tejados de las casas y el campo verde al fondo. Qué bonito es todo lo que veo. La casa está en lo alto de una empinada pendiente que sube desde la plaza grande. El empedrado de nuestra calle, como casi todas las del pueblo, guarda muy malas condiciones, por lo que no circulan muchos carros y nos permite jugar tranquilamente a mitad del supuesto "arroyo vehicular". Al llegar a este punto veo una gran cantidad de niños corriendo, gritando con algarabía, mientras nuestras mamás nos ven sonriendo, platicando de banqueta a banqueta con las vecinas (la calle es tan estrecha que no tienen necesidad de alzar la voz para oirse bien) Felipe y yo jugamos a "las guerritas" a "la roña" a "las escondidas" con otros niños del barrio, pero principalmente con los hijos de doña Evita Servín, gran amiga de mi mamá y que seguido nos visita y nosotros a nuestra vez, frecuentamos mucho su casa, que está a la vuelta de la esquina. De todos ellos,Memo, que es de mi edad, es mi mejor amigo. Estelita está sentada en el quicio de la puerta, en donde mi mamá la peina y le pone moñitos en el pelo. Sus ojitos vivarachos siguen con alegría nuestras carreras y escándalos. Después de acompañarnos un rato, mi mamá se despide de las vecinas y entra a la casa a prepararnos la merienda. Se lleva a Estelita, pero nosotros seguimos jugando. Un poco más tarde se asoma a la puerta y nos llama; Felipe entra corriendo y yo me espero a que mi mamá me dé un peso y me mande a comprar el pan para la merienda. Con mi moneda en la mano bajo hasta la panadería "El Reloj" y compro once panes: a 10 centavos la pieza, más la "ganancia". Mamá nos sirve la merienda, pero ella cena más tarde, cuando mi papá llega de la tienda. Mi papá es muy bueno y muy trabajador: se pasa todo el día en su tienda y cuando regresa, a pesar de estar cansado se pone a jugar con nosotros: nos alza, nos hace cosquillas y nos cuenta historias o nos canta alguna canción. Antes de acostarnos, mi mamá baña a mis hermanitos y luego me manda a mí a bañarme sólo (ya soy grande: ¡tengo cinco años!) Con el baño nos da sueño: mis hermanitos se quedan dormidos. Luego de rezar mis oraciones (un padrenuestro, un avemaría y sobre todo, para dormir confiado, una oración a san Jorge Bendito, para que "amarre a sus animalitos y no nos hagan daño ni a mí ni a mis hermanitos"),a mi también se me cierran los ojos, pero si mi papá no ha llegado, no me duermo; me gusta esperarlo para dormir tranquilo. Cuando ya está en la casa me siento seguro. Si mis papás están cerca, no puede pasarme nada. Me duermo feliz, sabiendo que tengo los mejores padres del mundo. Unas semanas más tarde: después de la comida me dormí un rato y al despertar me llega un aroma de café. Corro a la sala, pues sé que mi mamá debe tener alguna visita. Me asomó y sí: mamá toma el café con su amiga Lupita Gaitán, quien me revuelve el pelo cariñosamente y me dice: "buenos días, Mundo", a pesar de que es media tarde (bromea conmigo porque yo dormía cuando llegó). Sonrío tímidamente y le digo"buenas tardes, tía", mientras pienso: "¡qué bonita es mi tía Lupita!" Ellas siguen con su plática. Mi mamá dice que esta triste porque mataron a un señor que se llama presidente Qué Nedi o algo así. No me gusta ver triste a mi mamá. Hace mucho tiempo (como cinco meses) también la ví triste: mi papá hizo un viaje a México a comprar mercancía y nos llevó a todos. Dormimos en un hotel y en la mañana mi mamá nos puso nuestra ropa más bonita. Yo estrené mi traje con saco y pantalon corto y una corbata de moño en el cuello. Me peinó y me puso limón en el pelo. Mi papá nos va a llevar a la Torre Latinoamericana. Mamá carga a Estela. Felipe y yo caminamos tomados de las manos de mi papá. En la calle hay muchos señores que corren con periódicos en la mano y gritan: :"¡Juan 23, Juan 23!" Pregunto a mi papa por qué hacen eso. Me dice que son señores que venden periódicos y que gritan la noticia de que se murió el papa. Pregunto que es eso de papa. Mamá me dice que es el padre de la iglesia. "¿como el padre Rafael?", pregunto, porque el cura de santuario de Guadalupe, a donde vamos todos los domingos a misa es el único "padre" que conozco. Mis papás sonríen y mi mamá me dice: "sí,pero más grande, porque era padre de todos nosotros y era muy bueno. Estoy triste". Me siento triste yo también, pero llegamos a la Latinoamericana y la emoción de subir en el elevador hace que olvide la tristeza. No sé cómo funcionan los elevadores y creo que es algún cuarto mágico: entramos, un señor que parece policía, muy elegante aprieta unos botones y levanta unas palancas. Las puertas se cierran y yo oigo ruidos como de algún motor; un rato después el señor abre las puertas y me quedo sorprendido: el lugar al que salimos no es el mismo que cuando entramos. No me he repuesto de la sorpresa, cuando mi papá nos dice que nos acerquemos a una gran ventana de vidrio y ahora si que el asombro es total: hasta donde la vista me alcanza, todo lo que veo son casas, casas y más casas y calles por las que corren muchos carritos como los que tengo en casa para jugar. Hace tanto que pasó eso (¡casi medio año!) Y no se me ha olvidado. Nuevo salto al futuro; unas semanas más tarde: es enero, hay vacaciones en el kinder. Hace frío y me quedo dormido. Ahora lo que me despierta son unos gritos y risas que llegan de la sala. ¡Visitas! Tomo los juguetes que me trjeron los Reyes Magos hace unos diez días y corro a la sala a "presumírselos" a las amigas de mamá. Están todas contentas; abrazan y besan a mi mamá en las mejillas y le preguntan cosas raras: "¿tienes un mes? ¿para septiembre? ¿que quieres: niño o niña?" Ni caso hacen de mis juguetes. Qué rara es la gente grande a veces. Evita voltea y se sonríe ante el asombro que nota en mis ojos. Alcanza su bolsa (ella siempre va muy elegante: se parece a las artistas que salen en las revistas que vende mi papá) y saca de él un muñequito de cuerda que toca un tambor: "mira lo que te traje, Mundo". Le doy las gracias, hipnotizado por los movimientos del payasito. Evita ríe aún más y me dice: "ya llegó Guillermo, ve a jugar con él". Salgo corriendo, porque Memo dijo que hoy íbamos a jugar en el "volteo" de su papa, quien lo estaciona afuera de su casa. Los niños del barrio me envidian porque don Miguel sólo deja que Memo me invite a mí...Ha pasado casi medio siglo de todo aquello; casi cinco decadas de idas y retornos, diez lustros plenos de vivencias, de gente hermosa que ha compartido la aventura de mi vida, enriqueciéndola, gente que ha mantenido brillando, intenso el sol de aquellos primeros días luminosos. Medio siglo en que la vida ha dejado su impronta en mi exterior fîsico. Ha pasado lo más difícil. En la meseta plácida que hay al cabo de la empinada cuesta tal vez no cumplí las espectativas con que emprendí el ascenso, pero ha sido una aventura emocionante en la que siempre he llevado en lo hondo de mi ser el cariño de quienes me acompańaron, me arroparon al inicio de mi viaje. Debajo de todo mi actual exterior, sigo siendo el mismo: soy todavía Mundo, el mejor amigo de Memo; Mundo el hermano grande de Felipín, de Estelita y de Arturín; Mundo, el hijo de Raymundo. Soy y seré siempre Mundo, el de Estela. Santa Ana, CA, 19, octubre, 2011.Published with Blogger-droid v1.7.4
Mundo, el de Estela.
Publicado el 20 octubre 2011 por GildelopezLlegamos "a la mitad del camino de nuestra vida" y empezamos a ver más lejanos sus inicios, pero curiosamente, con cada día que pasa van siendo más claros. Veo una casa pequeña: dos cuartos grandes y uno más pequeño, al que mi mamá llama "la sala" y es donde platica algunas tardes con las amigas que la visitan. Una estrecha escalera me lleva a una pequeña azotea e la que mi mamá tiende la ropa mientras yo me divierto con mis juguetes: un grupo de indios y cowboys de plástico, con sus monturas del mismo material, unos soldaditos con sus cascos forrados por una redecilla, un camioncito de plástico con redilas de madera, al que cargo de piedritas y en el que hago travesías a lugares lejanos, tan lejanos como la Laguna o el Cerro Hueco: bosques y parajes misteriosos en donde vivo aventuras fabulosas, acompañado por mi hermanito Felipe, quien es mi compañero indispensable para mi principal diversión: una "palanca" (subibaja) hecha con tubos metálicos y asientos de madera. Mi hermanita Estela nos ve jugar y comparte nuestras risas y gritos de alegría, pero no usa la palanca: ella es muy pequeña y mi mamá dice que se puede lastimar. Me gusta también pararme sobre una cajita de madera y asomarme por la barda de la azotea y ver los tejados de las casas y el campo verde al fondo. Qué bonito es todo lo que veo. La casa está en lo alto de una empinada pendiente que sube desde la plaza grande. El empedrado de nuestra calle, como casi todas las del pueblo, guarda muy malas condiciones, por lo que no circulan muchos carros y nos permite jugar tranquilamente a mitad del supuesto "arroyo vehicular". Al llegar a este punto veo una gran cantidad de niños corriendo, gritando con algarabía, mientras nuestras mamás nos ven sonriendo, platicando de banqueta a banqueta con las vecinas (la calle es tan estrecha que no tienen necesidad de alzar la voz para oirse bien) Felipe y yo jugamos a "las guerritas" a "la roña" a "las escondidas" con otros niños del barrio, pero principalmente con los hijos de doña Evita Servín, gran amiga de mi mamá y que seguido nos visita y nosotros a nuestra vez, frecuentamos mucho su casa, que está a la vuelta de la esquina. De todos ellos,Memo, que es de mi edad, es mi mejor amigo. Estelita está sentada en el quicio de la puerta, en donde mi mamá la peina y le pone moñitos en el pelo. Sus ojitos vivarachos siguen con alegría nuestras carreras y escándalos. Después de acompañarnos un rato, mi mamá se despide de las vecinas y entra a la casa a prepararnos la merienda. Se lleva a Estelita, pero nosotros seguimos jugando. Un poco más tarde se asoma a la puerta y nos llama; Felipe entra corriendo y yo me espero a que mi mamá me dé un peso y me mande a comprar el pan para la merienda. Con mi moneda en la mano bajo hasta la panadería "El Reloj" y compro once panes: a 10 centavos la pieza, más la "ganancia". Mamá nos sirve la merienda, pero ella cena más tarde, cuando mi papá llega de la tienda. Mi papá es muy bueno y muy trabajador: se pasa todo el día en su tienda y cuando regresa, a pesar de estar cansado se pone a jugar con nosotros: nos alza, nos hace cosquillas y nos cuenta historias o nos canta alguna canción. Antes de acostarnos, mi mamá baña a mis hermanitos y luego me manda a mí a bañarme sólo (ya soy grande: ¡tengo cinco años!) Con el baño nos da sueño: mis hermanitos se quedan dormidos. Luego de rezar mis oraciones (un padrenuestro, un avemaría y sobre todo, para dormir confiado, una oración a san Jorge Bendito, para que "amarre a sus animalitos y no nos hagan daño ni a mí ni a mis hermanitos"),a mi también se me cierran los ojos, pero si mi papá no ha llegado, no me duermo; me gusta esperarlo para dormir tranquilo. Cuando ya está en la casa me siento seguro. Si mis papás están cerca, no puede pasarme nada. Me duermo feliz, sabiendo que tengo los mejores padres del mundo. Unas semanas más tarde: después de la comida me dormí un rato y al despertar me llega un aroma de café. Corro a la sala, pues sé que mi mamá debe tener alguna visita. Me asomó y sí: mamá toma el café con su amiga Lupita Gaitán, quien me revuelve el pelo cariñosamente y me dice: "buenos días, Mundo", a pesar de que es media tarde (bromea conmigo porque yo dormía cuando llegó). Sonrío tímidamente y le digo"buenas tardes, tía", mientras pienso: "¡qué bonita es mi tía Lupita!" Ellas siguen con su plática. Mi mamá dice que esta triste porque mataron a un señor que se llama presidente Qué Nedi o algo así. No me gusta ver triste a mi mamá. Hace mucho tiempo (como cinco meses) también la ví triste: mi papá hizo un viaje a México a comprar mercancía y nos llevó a todos. Dormimos en un hotel y en la mañana mi mamá nos puso nuestra ropa más bonita. Yo estrené mi traje con saco y pantalon corto y una corbata de moño en el cuello. Me peinó y me puso limón en el pelo. Mi papá nos va a llevar a la Torre Latinoamericana. Mamá carga a Estela. Felipe y yo caminamos tomados de las manos de mi papá. En la calle hay muchos señores que corren con periódicos en la mano y gritan: :"¡Juan 23, Juan 23!" Pregunto a mi papa por qué hacen eso. Me dice que son señores que venden periódicos y que gritan la noticia de que se murió el papa. Pregunto que es eso de papa. Mamá me dice que es el padre de la iglesia. "¿como el padre Rafael?", pregunto, porque el cura de santuario de Guadalupe, a donde vamos todos los domingos a misa es el único "padre" que conozco. Mis papás sonríen y mi mamá me dice: "sí,pero más grande, porque era padre de todos nosotros y era muy bueno. Estoy triste". Me siento triste yo también, pero llegamos a la Latinoamericana y la emoción de subir en el elevador hace que olvide la tristeza. No sé cómo funcionan los elevadores y creo que es algún cuarto mágico: entramos, un señor que parece policía, muy elegante aprieta unos botones y levanta unas palancas. Las puertas se cierran y yo oigo ruidos como de algún motor; un rato después el señor abre las puertas y me quedo sorprendido: el lugar al que salimos no es el mismo que cuando entramos. No me he repuesto de la sorpresa, cuando mi papá nos dice que nos acerquemos a una gran ventana de vidrio y ahora si que el asombro es total: hasta donde la vista me alcanza, todo lo que veo son casas, casas y más casas y calles por las que corren muchos carritos como los que tengo en casa para jugar. Hace tanto que pasó eso (¡casi medio año!) Y no se me ha olvidado. Nuevo salto al futuro; unas semanas más tarde: es enero, hay vacaciones en el kinder. Hace frío y me quedo dormido. Ahora lo que me despierta son unos gritos y risas que llegan de la sala. ¡Visitas! Tomo los juguetes que me trjeron los Reyes Magos hace unos diez días y corro a la sala a "presumírselos" a las amigas de mamá. Están todas contentas; abrazan y besan a mi mamá en las mejillas y le preguntan cosas raras: "¿tienes un mes? ¿para septiembre? ¿que quieres: niño o niña?" Ni caso hacen de mis juguetes. Qué rara es la gente grande a veces. Evita voltea y se sonríe ante el asombro que nota en mis ojos. Alcanza su bolsa (ella siempre va muy elegante: se parece a las artistas que salen en las revistas que vende mi papá) y saca de él un muñequito de cuerda que toca un tambor: "mira lo que te traje, Mundo". Le doy las gracias, hipnotizado por los movimientos del payasito. Evita ríe aún más y me dice: "ya llegó Guillermo, ve a jugar con él". Salgo corriendo, porque Memo dijo que hoy íbamos a jugar en el "volteo" de su papa, quien lo estaciona afuera de su casa. Los niños del barrio me envidian porque don Miguel sólo deja que Memo me invite a mí...Ha pasado casi medio siglo de todo aquello; casi cinco decadas de idas y retornos, diez lustros plenos de vivencias, de gente hermosa que ha compartido la aventura de mi vida, enriqueciéndola, gente que ha mantenido brillando, intenso el sol de aquellos primeros días luminosos. Medio siglo en que la vida ha dejado su impronta en mi exterior fîsico. Ha pasado lo más difícil. En la meseta plácida que hay al cabo de la empinada cuesta tal vez no cumplí las espectativas con que emprendí el ascenso, pero ha sido una aventura emocionante en la que siempre he llevado en lo hondo de mi ser el cariño de quienes me acompańaron, me arroparon al inicio de mi viaje. Debajo de todo mi actual exterior, sigo siendo el mismo: soy todavía Mundo, el mejor amigo de Memo; Mundo el hermano grande de Felipín, de Estelita y de Arturín; Mundo, el hijo de Raymundo. Soy y seré siempre Mundo, el de Estela. Santa Ana, CA, 19, octubre, 2011.Published with Blogger-droid v1.7.4