Mundo Oscuro - Post Mortem

Publicado el 09 junio 2015 por Esthervampire
Buenos días, Criaturitas del Lado Oscuro.
Este Martes os presento uno de los objetos que más ha marcado el siglo XIX junto con la Qüija; hablo de las fotografías post-mortem.  Los que seáis cinéfilos tal vez recordéis este tema que ya se tocó en la película "Los Otros" de Alejandro Amenabar; los que no no os asustéis ni escandalicéis, esto tiene sus porqués.

 

*Para hacer que la experiencia sea más espeluznante he añadido a esta sección un reproductor con sonidos inquietantes que al pulsar el Play comenzará a sonar. Pero sólo para los más valientes....*
La fotografía de difuntos nació en París (1839) pero se extendió muy rápido por el resto de Europa. 
Consistía en vestir el cadáver de un difunto con sus ropas habituales y colocarlo en poses naturales de cuándo estaba vivo para tirarle una última fotografía; en ocasiones con algunos amigos, familiares si había ocasión de ello (si habían muerto también recientemente).
 Esto no era un hecho morboso ya que en el Románticismo se tenía una visión nostálgica y se concebía a la muerte de forma más sentimental, había quién la consideraba incluso un privilegio.

Retrato de joven muchacha
"Memento Mori"

Existen antecedentes que nos llegan desde el Renacimiento, donde era usada la técnica del retrato por medio de la pintura en el "Memento mori" (frase derivada del latín que viene a significar algo así como "Recuerda que eres mortal"). Este era privilegio de las clases más nobles y se entendía que había que preservar la belleza antes de que el cuerpo se pudriera. 

Existen también retratos de religiosos fallecidos en aquella época pero la idea de por qué se hacían era muy distinta. Ellos pensaban que hacer un retrato en vida era fruto de la vanidad, por eso una vez fallecidos era el momento idóneo para hacerlo. 

 Los retratos de los niños, en cambio, eran una forma de preservar la imagen de seres que se consideraban puros, llenos de belleza y eran la prueba misma de que la familia del desafortunado pequeño, había sido elegido para convertirse en un "angelito" en el cielo.

Niño fallecido con sus padres
"montando a caballito"

Desde épocas muy remotas el hombre se preocupó por realizar rituales funerarios, como signos distintivos de la vida transitoria del hombre. Entre los ejemplos representativos tenemos a la cultura del Antiguo Egipto que momificaba a los Faraones carentes ya de vida conservando así su apariencia para la eternidad.
Los mayas, por su parte, inmortalizaban el rostro del difunto tallando máscaras de jade. En Europa apareció un ritual singular: se trataba del uso de la Máscara mortuoria, originalmente para nobles y monarcas en la Antigua Roma (en Egipto ya se tenía esa tradición al cubrir el rostro de los Faraones con máscaras). 
La práctica tenía como fin capturar los rostros de ilustres difuntos que en vida fueran hombres influyentes como: artistas, científicos y pensadores. 
En Europa apareció el grabado en lápidas con la figura del difunto, con tal de mantener la memoria física y táctil de los rostros.  
Fue en la época Renacentista y Barroca donde las representaciones mortuorias resultaban muy interesantes, frutos de una mirada diferente; a través del retrato post-mortem se dejaba en claro el abandono de la representación del hombre como ideal, concepto heredado de la Antigua Grecia, para mostrar ahora al individuo de manera cruda, sin omitir defectos. 

Soldado fallecido posa con su hija viva,
ambos con las mejillas coloreadas.

Esta nueva visión llega con artistas como Rembrandt, cuyos retratos reflejaban las características antes dadas incluyendo la enfermedad, ni bien entrado el Barroco. También aparece en esta época el molde de escayola a partir de la cara del difunto, que se seguiría realizando hasta el siglo XIX.
Algunos retratos póstumos se caracterizan por los variados artilugios de los que se servían los fotógrafos para embellecer la imagen y despojarla de la crudeza de la muerte, intentando algún tipo de arreglo para mejorar la estética del retrato. 
En algunos casos se maquillaba al difunto o se coloreaba luego la copia a mano. Los difuntos, por otra parte, eran sujetos ideales para el retrato fotográfico, por los largos tiempos de exposición que requerían las técnicas del siglo XIX. 
En la toma de daguerrotipo (primer procedimiento fotográfico. Se distingue de otros procedimientos porque la imagen se forma sobre una superficie de plata pulida como un espejo. 

Fotógrafo captando una imagen Post-Mortem
con sujector de fallecido

La imagen revelada está formada por partículas microscópicas de aleación de mercurio y plata, ya que el revelado con vapores de mercurio produce amalgamas en la cara plateada de la placa. 
Previamente esa misma placa era expuesta a vapores de yodo para que fuera fotosensible) la exposición seguía siendo tan larga que se construían soportes disimulados para sostener la cabeza y el resto de los miembros de la persona que posaba evitando así que ésta se moviera. 
Las fotografías de difuntos los muestran "cenando" en la misma mesa con sus familiares vivos, o bebés difuntos en sus carros junto a sus padres, en su regazo, o con sus juguetes; abuelos fallecidos con sus trajes elegantes sostenidos por su bastón. 
A veces, agregaban elementos icónicos (como por ejemplo una rosa con el tallo corto dada vuelta hacia abajo, para señalar la muerte de una persona joven, relojes de mano que mostraban la hora de la muerte, etc.) Los militares, los sacerdotes o las monjas eran retratados con sus uniformes o vestimentas características. 
La edad del pariente que acompañaba al difunto era el hito temporal que permitía ubicarlo en la historia familiar. Los deudos que posaban junto al muerto lo hacían de manera solemne, sin demostración de dolor en su rostro.
Los retratos mortuorios privados podían encuadrarse en tres posibles categorías según la manera en que se retrataba al sujeto:
Simulando vida: en un intento por simular la vida del difunto se los fotografiaba con los ojos abiertos y posando como si se tratara de una fotografía común, por lo general junto con sus familiares. No es difícil notar cual es la persona sin vida ya que al no tener movimiento alguno sale muy nítida en la imagen y no así sus familiares. Las tomas se solían retocar a mano usando coloretes o pintando los ojos sobre los párpados cerrados. 
Simulando estar dormido: por lo general se realizaba con los niños. Se les toma como si estuvieran descansando, y en un dulce sueño del cual se supone que despertarían. En algunos casos los padres los sostenían como acunándolos para aportar naturalidad a la toma. 
Sin simular nada: se les fotografiaba en su lecho de muerte, o incluso en el féretro. En este tipo de tomas se agregaban flores como elemento ornamental, que no existían en el resto de las fotografías post mortem. Ese tipo de fotografías también se les tomaban a los niños (sobre todo en México).
Por los años veinte o treinta del siglo XX comenzaron a adoptarse nuevas tendencias que alcanzaron incluso la fotografía post mortem. 
 De esta forma, los fotógrafos comenzaron a presentar a los muertos bajo nuevos ángulos y perspectivas: detalles de las manos o de otras partes del cuerpo, con desenfoques selectivos muy controlados y realizando primerísimos planos de ciertas zonas del fallecido, o bien imágenes muy cercanas al fotoperiodismo actual. 
Son tomas que en muchos casos resultan impresionantes por su dramatismo y cuidada iluminación.

El niño muerto fue objeto de culto en las diferentes culturas desde la antigüedad. El culto varía dependiendo de la época y la cultura de que se trate. Se les enterraba con juguetes u objetos de uso cotidiano. En la Europa medieval, además de monumentos funerarios se colocaban epitafios con notas biográficas y frases que expresaban la pesadumbre y el deseo de perpetuar la memoria del niño muerto, invitándolo a tomar su lugar en el coro de ángeles. Por eso a las fotografías post mortem de niños, a partir del siglo XIX se les llamó de "angelitos".
Existe una importante cantidad de fotografías de ese tipo, debido el alto índice de mortalidad infantil de dicha época, (la mayoría de los fallecimientos se debieron a los escasos recursos médicos en esos tiempos, como a la pobreza en muchos de los casos). Una familia común sumaban entre 8 y 10 hijos de los cuales solían fallecer la mitad. Tomando en cuenta ese contexto, las fotografías del niño fallecido junto a sus padres y/o hermanos, o simplemente el niño muerto, estaban comprensiblemente aceptadas.
El ritual de los niños muertos o “angelitos” en México, comenzaba con la preparación de la mesa regularmente de madera o “altar”. El valor del altar es grande ya que se refiere al lugar central en donde se llevará a cabo el ritual: todo lugar sagrado, todo lugar que manifestaba una inserción de lo sagrado en el espacio profano, se consideraba también como un “centro”. Estos espacios sagrados también podían construirse.
El altar era cubierto con una sábana o mantel blanco, ahí se colocaba al pequeño niño con la ropa con que había muerto o una sabanita, si moría antes o inmediatamente después de nacer. El altar no siempre era una mesa, podía ser también una cama, igualmente preparada con sábanas blancas. Después se pasaba al hermoso cadáver, el pequeño cuerpo era colocado sobre el altar y se le ponía bajo la cabeza una almohadita o paño blanco, se buscaba a los padrinos de bautismo que eran los encargados de amortajarlo, ya que “el amortajamiento constituye una parte fundamental del ritual”. 
El vestido podía ser muy variado, sino se trataba de su propio ropón (vestuario blanco con el que comúnmente se bautiza a los niños) se mandaba a hacer un vestido especial para la ocasión. Si se trataba de una niña podía ser de Virgen, si era el caso de un niño podía ir de Sagrado Corazón o Santo, uno de los más utilizados era el vestido de San José. Se les medían los piecitos para hacer sus huarachitos de cartón, papel y listón dorado o simplemente de palma, también se adornaban los vestidos con flores o estrellas de papel.
Una vez enriquecido el altar y cubierto el “angelito” de flores, se le colocaba entre sus manitas entrelazadas una palma de azahar o una vara de nardos y azucenas o una rosa, si era necesario se ataban las manitas. Con ellos se trataba de reflejar su pureza e inocencia, además de rememorar la asunción de la Virgen. 
Otro momento de suma importancia en el ritual era la coronación, los padrinos eran también los encargados de hacerlo; al “angelito” se le colocaba una corona de azahares, flores, palma o florecitas o estrellitas de papel, como símbolo de su virginidad.  Al momento de la coronación, se lanzan cohetes que la anunciaban. En algunos casos se colocaba también un velo, que podía haber pertenecido a una novia.
En el velorio de “angelitos” generalmente los ritos y las ceremonias expresaban alegría por la convicción de que sus almas van directamente al cielo, se trataba de un día de fiesta en el que la familia había sido elegida para tener un “angelito” en el cielo, los niños que asistían debían poner también alegría al momento y se hacían hasta juegos.
Durante la velada, se repartía a los deudos o asistentes, café con canela, solo o con alcohol, pan y tamales entre otros alimentos, los familiares llevaban veladoras, azúcar, café o pan para ayudar a la familia, pero son los padrinos quienes cumplen una función extra-religiosa importante al asumir otros gastos derivados del funeral. Durante la noche se entonaban cantos de despedida, en el velorio de “angelitos” no se rezaba ni se requerían servicios de la Iglesia, ya que su alma no necesitaba ser rescatada porque estaban libres de pecado. Así los padres que perdían un hijo experimentaban de igual manera el dolor normal por la pérdida, tanto como la alegría de saber que el niño viviría para la eternidad.

Foto de pareja; ella fallecida y él vivo.

Al día siguiente, el “angelito” era llevado al cementerio en su cajita blanca cubierta de flores, entre un cortejo que adquiría una tonalidad celestial, en medio de música, cohetes y alegría, la cruz de la procesión no tenía asta: así se representa la brevedad del paso a la otra vida. Al llegar el cortejo al panteón o campo santo se hacía una pausa en la capilla, para de ahí encaminarse al lugar donde sería sepultado el niño. Durante el entierro del “angelito”, el sacerdote usaba vestiduras blancas, a diferencia del adulto cuando las llevaba negras. A los niños, en lugar de doble, se les hacía repique de campanas: “por su inocencia, para ellos se decía una misa llamada de los angelitos antes del oficio de sepultura”.
Eran canciones de despedida y los rezos eran especiales. En el panteón, los sepulcros de “angelitos” eran separados de los adultos. La tumba se cubría con las flores y coronas que habían servido para decorar el altar y una vez enterrado el niño, el cortejo se regresaba a la casa de los deudos, para compartir una comida en señal de agradecimiento por haber acompañado al “angelito”, ello sin dejar a un lado la alegría. Las familias de los “angelitos” tenían el consuelo de tener un aliado en el cielo y cada año se celebraban los rituales recordatorios. 

Gemelos juntos, uno fallecido (dormido) otro con vida

El día primero de noviembre, día de los angelitos es uno de ellos. Otro era conservar las imágenes de dicho suceso, se hacía de diversas formas, como los dibujos, las pinturas a partir del siglo XVIII y la fotografía una vez que se generalizó a finales del siglo XIX y principios del XX.
Tras esto muchos pueden seguir pensando en lo macabro de esta tradición, en las espeluznantes sensaciones que experimenta al ver esos ojos fijos, sin vida, mirándole pero estos retratos a veces tiernos a veces extraños forman parte del mundo oscuro que nos rodea, de esas tradiciones que nos dejan recuerdos físicos de la fragilidad de la vida y, ante todo, de esa profunda fascinación por la muerte y la pérdida de los seres queridos. 
Que tengáis dulces pesadillas....