Revista Fotografía

Murillo y Justino de Neves

Publicado el 14 enero 2013 por Albatros

                                               
Murillo y Justino de Neves
     "El sueño del patricio Juan"
                                  Óleo sobre lienzo.  1664-5 . Museo del Prado.  Madrid. (Detalle)




                     Hace unos días  he vuelto a tener la posibilidad de  visitar en Sevilla la  magnífica exposición de Murillo que meses atrás había visto ya en el Museo del Prado.    

             Para mí   Murillo es un pintor excepcional y ha representado mis primeros contactos con el Arte ya que una buena parte de su producción está en Sevilla y puede visitarse en el Museo y en algunas Iglesias. Así que he creído interesante  dedicar esta entrada de "Encuentros con el Arte" como homenaje a esta valiosa figura del Barroco.








               En 1660, Murillo de 43 años había alcanzado la madurez vital y artística. Su fama era tal que los numerosos encargos requerían una intensa participación del taller, resultando todo ello en pinturas de calidad variable a lo largo de las dos décadas siguientes. Sin embargo, en las obras pintadas para o por intermediación del culto canónigo Justino de Neve, Murillo alcanzó la cima de su madurez artística.



         Fue Justino de Neve privadamente el mayor coleccionista de Murillo en esa época, reuniendo retratos, obras religiosas y profanas. Pero además, desde su posición de canónigo de la Catedral de Sevilla, procuró a su protegido encargos fabulosos para el templo catedralicio, Santa María la Blanca o el Hospital de los Venerables. 





Murillo y Justino de Neves
"Autorretrato"  Murillo.  1668-70.  Londres. The National Gallery



                      A continuación reproduzco como comentarios un artículo  publicado originalmente en el Diario Sur de Málaga. 

Murillo & Justino de Neve. El arte de la amistad




                 Sobre la exposición Murillo & Justino de Neve. El arte de la amistad, que finalizó el pasado 30 de septiembre de 2012 en el Museo del Prado,  visitando posteriormente   Sevilla y Londres, y que ha sido rigurosamente comisariada por Gabriele Finaldi, podrían comentarse, a pesar de la reducida cantidad de las dieciocho obras exhibidas, numerosas cuestiones, como, por ejemplo, la noble y sincera amistad entre el pintor y el patrono, la concepción del arte de la pintura en la Sevilla del siglo XVII, la elaboración y el contenido iconográfico de los ciclos pictóricos de Murillo para las iglesias sevillanas de Santa María la Blanca y del Hospital de Venerables Sacerdotes, o los avatares del coleccionismo y la dispersión de la producción pictórica de Murillo durante los siglos XVIII y XIX, especialmente la dispersión provocada por el expolio de la invasión napoleónica, aunque en estas pocas líneas sólo vamos a hacer unas brevísimas reflexiones acerca de la técnica pictórica y del alto contenido espiritual del genial artista sevillano, amparándonos, precisamente, en la excepcional calidad de los cuadros expuestos, procedentes de España, Francia, Gran Bretaña, Hungría y Estados Unidos. 


Murillo y Justino de Neves
                "Justino de Neve"  
                                         Bartolomé Esteban Murillo  1665   Londres. The National Gallery.
Murillo y Justino de Neves
               "El sueño del patricio Juan".
                                                     1664-5. Óleo sobre lienzo.  Madrid. Museo del Prado.
Murillo y Justino de Neves               "El patricio revela su sueño al papa Liberio".
                                                 1664-5. Óleo sobre lienzo.  Madrid. Museo nacional del Prado.


          La técnica pictórica de Murillo posee una calidad tan alta como la de los más grandes pintores del siglo XVII europeo, entre los que se encuentran Velázquez, Rembrandt, Rubens, Van Dyck, Vermeer, Ribera o Frans Hals. Murillo, a pesar de los nutridos encargos que recibe, ejecuta todas sus obras maestras él solo, sin colaboración de nadie, y, además, denota un supremo conocimiento en el diseño, en la composición y el equilibrio de las masas, en la aplicación del color, con matices de una finura y sensibilidad prodigiosas, en la concepción del espacio y en el tratamiento de la luz y de la sombra, esto es, en todos aquellos aspectos que constituyen el supremo arte de la pintura.

Murillo y Justino de Neves
               "El triunfo de la Fe"
                                           1664-5 Óleo sobre lienzo. Inglaterra, Buscot Park, Oxfordshire.
Murillo y Justino de Neves
                                         "Bautismo de Cristo".

                                                    1667-68    Óleo sobre lienzo. Sevilla, Catedral de Sta. María.




                A diferencia de otros eximios pintores, como es el caso de Zurbarán, el artista sevillano nunca se equivoca, nunca comete errores, y esto no sólo se refiere a la portentosa perfección compositiva, sino al extraordinario dibujo interno que lo soporta todo, no tan perceptible como el inigualable de Ribera, sino como escondido y oculto como en el caso insuperable de Velázquez. Una capacidad dibujística superior, un absoluto dominio y control del acto de pintar, una coordinación fuera de lo corriente entre la mano y el cerebro, es lo que constituye la secreta arquitectura interna que sostiene sus maravillosas pinturas.


Murillo y Justino de Neves
                    "La Virgen y el Niño repartiendo pan a los sacerdotes"        Bartolomé E. Murillo. 1679 . Óleo / lienzo. Budapest. Szépmüvészeti   Museum. 

                   Pero esta capacidad técnica prodigiosa, por sí sola, con ser algo tan grande y elevado para alcanzar la categoría de excelente artista, no es suficiente para explicar el lugar privilegiado de Murillo en la historia de la pintura europea, al lado de los más insignes. No es suficiente porque hay algo más, ese algo del que habla Ramón Gaya al referirse a Velázquez, y que, sin ningún complejo ni temor, podemos atrevernos a afirmar que también lo roza Murillo.

                       Ese algo más no pertenece ya al trajinar con los materiales, no pertenece ya a esa cosa humana que es la pintura, la auténtica pintura, sino que se acerca al Arte, a la sacrosanta verdad del Arte, a ese otro lado en el que les está dado estar a muy pocos, y, además, están de una manera completamente natural, sin aspavientos, alharacas ni excentricidades, sino de manera sencilla, humilde, pero infinitamente grande, porque se trata del instante en que la pintura, que ya no es pintura sino Arte, se emparenta y confunde con la vida, con la verdad de la vida. 


Murillo y Justino de Neves

Muchacha con flores"   Óleo sobre lienzo. Londres. The trustees of Dulwich Picture Gallery

                 Es entonces cuando el lienzo, que es sólo Arte, esto es, Vida, nos conmueve, nos embarga, nos produce no sólo placer estético, esa «finalidad sin fin» de la que hablaba Kant, sino emoción espiritual, profunda, muy profunda, porque llega a lo más íntimo de nuestra alma y a lo más escondido de nuestro ser esencial. 
Murillo y Justino de Neves
                                           "S. Juanito con un cordero" 
                                                                    1660-65. Óleo/ lienzo. Londres. The National Gallery. 


               Eso es lo que produce la cabeza del cordero en San Juanito con un cordero, de 1660-65, una cabeza que, con independencia de su portentosa técnica, es la quintaesencia de la inocencia, de la ausencia de maldad, de la bondad, con esa patita encima del brazo del encantador niño, y no puede ser de otro modo porque se trata del Cordero de Dios, de Cristo, que es lo que representa. Esa cabeza es la de la víctima que va al sacrificio, sin rechistar, porque ese sacrificio redimirá a la humanidad entera. 
Murillo y Justino de Neves


Murillo y Justino de Neves
                                   "  S. Pedro penitente"  1675  Colección  particular. 
            Esto lo expresa Murillo de un modo cálido, emotivo, espiritual, vivo, con una vida auténtica, ya que ese cordero, como el Niño de Vallecas, está ahí tal y como él es; es decir, no posa, sino que «está». Como de nuevo afirmaba de manera inmarcesible Ramón Gaya refiriéndose al Niño de Vallecas velazqueño, ya no se trata de una belleza estética, sino ética. Lo mismo podemos afirmar de ese cordero pintado por Murillo. Es algo muy parecido a lo que, en 1603, ya expresaba Shakespeare por boca de Ofelia en Hamlet (acto III): «Could beauty, mi lord, have better commerce tan with honesty?» («Nunca, mi señor, la belleza podría tener trato mejor, sino con la honestidad»).



Murillo y Justino de Neves             "Joven  con cesta de frutas y verduras"   
                                               1660-65 . Óleo / lienzo. Edimburgo. Scottisch National Gallery
                Lo mismo ocurre, y es el segundo y último ejemplo que aducimos, con la mujer dormida en El sueño del patricio Juan, de 1664-65, que no es otra que la esposa del patricio romano de la historia de la fundación de la basílica romana de Santa María la Mayor.


             Al igual que el perrito apoyado en el brazo forrado de terciopelo rojo de la silla del retrato del infante Felipe Próspero que hay en Viena, pintado por Velázquez al final de su vida, que reposa absolutamente relajado en su más auténtica y prístina «mismidad», esta mujer del mencionado cuadro de Murillo está «verdaderamente» dormida, plácidamente dormida, en un sueño sereno y tranquilo, con una relajación completa de sus miembros, esto es, tampoco está posando, tampoco está pintada, sino que «es», «está», y este supremo naturalismo pictórico, que no tiene relación alguna con el de Manet, aunque era un enamorado de ambos pintores españoles, está relacionado con la Verdad, la Verdad del Arte, que no es otra que la redención del ser, que la verdad del reino del espíritu, de un espíritu henchido de bondad, de sencillez, de amor a las criaturas, de sentido religioso y de vinculación con la verdad revelada, que es el más grande misterio de la historia del hombre sobre la tierra.
Murillo y Justino de NevesLa "Inmaculada de los Venerables" en su retablo original.


Murillo y Justino de Neves
            "Inmaculada de los Venerables" 
                              1660-65 Óleo / lienzo.  Madrid. Museo Nacional del Prado.
                     A modo de conclusión  __________________
              Para finalizar quisiera añadir que no solo es necesario  sino también  un síntoma de "buena salud", como acostumbra a decir un amigo médico y acuarelista, el acercarse de vez en cuando a la Gran Pintura, la de los Genios,  porque, además  enriquecer de forma importante  nuestra cultura artística, nos ayuda también a conocer realmente dónde nos movemos y dónde estamos... 
Gracias por vuestra visita y posibles comentarios.


Más sobre la Exposición    _________________
  •  Encuentros con Murillo


  • Exposición  "El arte de la amistad"




  • Inmaculada de los Venerables


Colaboraciones  _______________________

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