Revista Diario

Muros

Publicado el 09 octubre 2013 por Karmenjt

Leo a Ana y su estupendo “prohibir la pobreza” y me viene a la cabeza la tan comentada últimamente tragedia de Lampedusa, suceso lamentable y vergonzante que contemplamos desde nuestras televisiones mientras cenamos o comemos, con una mezcla de compasión y culpabilidad propia de nuestra civilización occidental, esa que entró en los países de origen de esos mismos inmigrantes sin llamar y sin ningún permiso para coger, recaudar y conquistar lo que le vino en gana.

A mi eterna indignación contra las injustas y egoístas leyes contra la inmigración que se aplican en los últimos años se suma otra de la que me entero mientras veo esa noticia, parece ser que algunos pesqueros no auxiliaron al barco por miedo a ser procesados por “favorecer la inmigración clandestina”. Eso les sucedió en el 2007 a siete pescadores tunecinos que rescataron a 44 supervivientes de un naufragio que estaban a punto de ahogarse en el estrecho de Sicilia y los llevaron a Lampedusa. Los pescadores fueron acusados de ayudar a la inmigración ilegal por el tribunal de Agrigento, gracias a una vieja Ley de Berlusconi.

El deber de socorro en el mar es una norma supranacional ya que la omisión de socorro en estos casos condena a las víctimas de un naufragio a una muerte segura, y es esperanzador ver que en el caso de la semana pasada varios pesqueros ignoraron esa ley y consiguieron salvar las vidas de doscientas personas, pero me horroriza pensar en las miles de vidas que se han perdido a bordo de pequeñas pateras que nunca llegaron a su destino, en la incertidumbre del viaje, el temor a lo desconocido y el miedo a la muerte que al final llegó.

Las imágenes de cientos de norteafricanos asaltando las vallas de separación entre Melilla y Marruecos son otro ejemplo vergonzante. Me recuerda el muro de Palestina, “barrera de seguridad” como le llaman los israelíes, copiado de aquellos muros levantados en el ghetto de Varsovia para detener, controlar y anular a los judíos polacos. Solo que nuestro “muro” está fabricado con filos tipo navaja con alambres de púas encima, cables bajo el suelo conectados a una red de sensores electrónicos de ruido y movimiento y equipado con luces de alta intensidad y videocámaras de vigilancia con equipos de visión nocturna. Alta tecnología que nos costó 5.500 millones de pesetas para contener la inmigración ilegal. Con ese mismo dinero seguro que se habrían podido desarrollar multitud de proyectos para que no hiciera falta que nadie abandonará su lugar de origen buscando algo mejor que la pobreza.

Hay cosas que no se pueden prohibir, la raza humana ha subsistido hasta la actualidad gracias a su afán de supervivencia, y para ello no han dudado en trasladarse, en emigrar a otros climas o territorios para mejorar su existencia. Nunca dejarán de hacerlo, por muchos muros, vallas y barreras que se construyan.

Y absurdas leyes que se aprueben.


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