Revista Literatura

Musa, esa compañera

Publicado el 19 febrero 2016 por Enletrasarte
Soy aquel a quien llegaste, 
niña, al nacer y hasta morir.
Ojos acríticos no ensalzarán tu (mi) voz escrita. 
Ni aire ni donaire, ni rayo de luz, ni lluvia copiosa 
nos llevará a delgada memoria ni a mármoles invisibles.
Declarar la guerra a la insensatez con hojas 
entintadas no saldrán victoriosas, pero quedarán en el mar sensible
como las olas.

No haber ocultado tu (mi) existencia ante el público que 

abuchea el púlpito por donde salen trozos de lienzo poético,
será una pena inasible e inolvidable.

Como las aguas que bañan de riego los vergeles

y las sombras perdidas en los bosques,
han mojado los versos unas fútiles lágrimas quemadas con incienso.

Trémulas estrellas, peregrinas nubes, altos cielos, hediondos infiernos, 

juzgaron los extremos del amor y del desamor, con cuyos ovillos se han
tejido tantas historias humanas, pero no ha sido suficiente.

Me desgarran las agujas, muerden los dientes del tiempo,

la vida, ¡oh, ese juego! se nos va con solo pasar.

La armonía, la música, el escandaloso reír, el llanto ahogado y silente,

el muérdago del retrogusto de la ausencia, la fe perdida, y porqué no
la inspiración que apareja el dolor, todo sucumbe en oraciones que
pretenden ser arte y por ende cultura.

Todo lo que me sucede al dejar correr la sangre por los alambres 

tintos de mis límites, poema o no, es tuyo. 

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