Ante el hastío de lo que nuevamente es necesario por necedades políticas -discursos y enfrentamientos repetidos, promesas vanas y cantinelas mil-, me refugiaré, hoy, ahora, en la música, donde residen las noblezas y, por ello, no caben los fingimientos.
-¡Blanca!
-¡Que te den!
Qué mujer.
-¡Irina!
¿Sorda la rubia ucraniana políglota?
-¡Rogelio!
¿Sordo el invidente a tiempo parcial?
-¡Irina en el colegio para ricos, señor José, y Rogelio ciego perdido!
-¡Ven tú y pon música, por favor!
-¡Voy!
-El Banderas sirve para todo, mi querido estudiante de Bellas Artes.
-Hasta para lo que no sirve.
Cuánto aprende de mí este chaval, y qué bien le sientan las sesiones con la modelo que le pago desde hace unos días.
-Necesito más música, muchacho.
-Todo un poeta el Sabina, ¿no te parece?
-Muy triste la letra, señor.
-Vida pura, mi secretario segundo. ¿Vamos con la tercera?
-¿Vida pura o vida de la mía?
-Melancólica.
-Cuando a usted le da por ahí...
-Y qué voy a decirte del Serrat...
-No entiendo el final, señor.
-Por eso no te preocupes, muchacho, tienes muchos años por delante para entender finales así.
-Si usted lo entiende, prefiero no entenderlo yo nunca.
-Amén.