Parece que repetir obviedades está de moda. Parece que si estas son además falaces resulta provechoso reiterarlas porque no tardan en convertirse en verdades (pequeñas, fugaces, insignificantes, pero verdades a fin de cuentas), que ascienden, se enfrían, se condensan y caen sobre nosotros como relato.
Ningún mal hacemos incorporándonos a este tuerto discursos de iluminados.
¿Cómo el nacionalismo (del que no tienen culpa ni el individuo con sus cuitas, ni el grupo con sus recelos, ni la lengua sometida, ni el sagrado suelo que nos soporta, ni el cielo, ni nuestra gloriosa historia con sus ilustres muertos..., del que solo es culpable el relato) ha podido llegar a convertirse en progresismo?
¿Convirtiendo a toda nación en colonia, a toda las sociedad en rehén, a todo individuo en fiel... y a todo opositor en enemigo, nacionalista de una nación despiadada?
¿Convirtiendo a todo pueblo en víctima, a toda el grupo en esclavo, a todo individuo en crucificado y toda disensión en amenaza ciega e irracional?
¿Actuando de arriba abajo, excluyendo, apelando a lo sentimental y místico?
¿Poniendo en marcha, a modo de ingeniería social utópica, la apresurada erección de muros, la cerrazón, la vuelta sobre sí mismos?
Y una pregunta más, colateral: ¿alguien de entre el público sabría decir dónde está la izquierda internacionalista en cualquiera de sus manifestaciones?