Nada es para siempre, y olvidamos esa frase la mayor parte del tiempo que vivimos, consideramos que estará allí cuando despertemos, creemos que aun en su ausencia donde quiera que este no nos hará falta, y decidimos por enojo, cobardía u orgullo alejarnos del sentimiento que nos une a esas cosas, personas y momentos.
Como una ley ha sido para mí pensar, no irme a la cama con el enojo que me provoque algún individuo, un acto que me llene de ira, y me invada de emociones irónicas, conversaciones incrédulas, en medio del caos es mejor el silencio que evoca de nuestra alma, calmarnos con el susurro de Dios y admirar los gestos como movimientos compuestos de música y arte. Es difícil crear concordancia entre lo que se habla y escucha, lo que se piensa y razona, los gritos salen como disparos y agreden mucho más las palabras que decimos que todo lo demás, pero nuestro cuerpo se separa tanto de nosotros mismos que no sabemos a donde irán nuestras manos, que dirá nuestra boca y que callara en ese instante.
He aprendido a amar lo que tengo como si fuera el último día de mi vida y aun así hay pedazos dispersos de situaciones pendientes que quisiera remendar, a veces solo creo que si se han ido es porque así debe ser, y si se han quedado bienvenidos sean.
Casi pierdo un hermano, y no se imaginan el terror que sentí al saber que una tarde quizás, jamás lo tendría a mi lado, a un hombre que a pesar de haberme alejado tanto, creí no me importaría, sentí pánico, mire a mi alrededor y pensé... que no me falte, porque le debo mucho, que no me falte porque lo amo y quiero que lo sepa hoy y siempre, desde entonces reafirme mi posición... Nada es para siempre, hay que ser agradecido, y demostrar lo que se piensa, lo que se siente, que sepan que te importa, que sepan que estas allí para dar lo mejor de ti.
PD: A mi familia, amigos... Dios les bendiga y proteja, los amo.
Atte. Flor
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