Revista Literatura
Nada salió como estaba previsto. Y eso no era bueno.
¿Por qué las conversaciones no funcionan como el ajedrez? Todas las posiciones previstas, calibradas, se decide el movimiento; nunca hay sorpresas. En aquella conversación, sin contar el entorno familiar, la luz, o la taza de café irlandés como emblema mutuo, fue todo distinto a lo posible: ni los gestos, ni las respuestas, ni el brillo húmedo en los ojos (cuando no tocaba).
Y ese temblor ansioso. Nada salió como estaba previsto. Porque el espacio seguía estático, en su sitio cada mesa y cada cucharilla, una fotografía, seguía todo menos ella. Ninguna de las respuestas eran las calibradas, las de ella. A través de la capa de óleo, el único espejismo roto es que ella era distinta. Sus respuestas. Sus nuevos gestos. No era. La certeza de que no estaba allí.Así que nada salió como estaba previsto. El pánico sustituyó al temblor, el cambio de discurso al pánico. No fue capaz de contarle todo lo que había ido a contarle, lo que quería contarle, el motivo para reunirse después de tantos años. La verdad. Se despidieron como si nada hubiera ocurrido, con maestría de dramaturgo para dejar el escenario congelado en una foto, como todos los años anteriores, con los mismos colores y luces.La verdad.