Revista Talentos
Todo se quedó desordenado. Ya no huele a velas en el salón. Sigo soplando velas, cera apagada. La rabia por vencer la dejo al acecho de dios, que es la palabra. Y ahora quién te va a amansar, quién te abrazará, deja ya de decir que Leopardi era un poeta de antes, como Blas de Otero. Lloro. Nunca he de morir si la palabra es justa. Los versos del violín podrán provocar sensaciones, justicia o inmensidad. Nunca llegará el desconcierto que es infidelidad.
Tú estarás mirando al otro lado. Como haces todos los día. Te guardaré un lugar. Sales fuera de ti, no haces. Enciendo el cigarrillo, provoco esa ilusión que es óptica y precisa. Te dejé el amor en la verdad. La frontera apaga la música de los bares. Han cerrado todos. Dejo la realidad al instante y nada cambiará. Amanso la mansedumbre.
Y ahora quién te va a abrazar. Falta la voluntad, hay ausencia de vicio. Unas muelas picadas y una forma de besar que recuerda a Dante.
Miro a mis hijos que son la esencia, una sola expresión y muchas prerrogativas.
Nadie comprende, ni siquiera el número 13. Los kilómetros distan mucho de la verosimilitud, y entre ella y yo no existen más causas que las segundas, que son limitaciones.
Enciendo la vela. Huele a quemado. La cera se ha acabado. No queda propiedad, tan solo resentimiento. Hoy he felicitado a un premio de poesía y ha dado las gracias. Lo que nunca sabrá es que el abrazo es deshielo, la libertad radica en la forma de besar, que es invencible.
Huelo a Marte en el salón. Apuro la sensibilidad con ese poco de ser que viene conmigo, como la forma de besar, que es certeza, verdad y entendimiento.