“Todo el mundo piensa en cambiar la humanidad, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo” (León Tolstói).
Solo hay que observar un poco, durante unos minutos, para constatar cuánta verdad encierra la máxima del escritor ruso: nadie es responsable. Nadie es culpable. Nadie es digno de cambio. Nadie es… nadie. Si algo o alguien somos es, única y exclusivamente, lo que dicen nuestros signos zodiacales: todo belleza y lozanía. Todo gloria y honores. Superhéroes por reconocer, vaya. Lástima que solo nos demos cuenta nosotros mismos, pero eso -claro está- es culpa y responsabilidad de los demás…
Desde que tengo conciencia me he sentido responsable. No digo que lo haya hecho bien. Digo que me he visto causa y efecto incluso de lo que no era. La baja autoestima ayudaba, y la alta seguridad del resto, también. Ellos, por regla general, estaban en lo cierto, de modo que debía ser yo la errada. Siempre me han afectado mucho las críticas, las ofensas, los desaires, las groserías… tanto que no respondía a ello sino con el silencio, la evitación, y la huida. Ellos “ganaban” y yo “perdía”. Es ahora cuando voy dándome cuenta de que quizá no todo el fallo me correspondiera a mí, y que quizá no todo el acierto les perteneciera a los demás, máxime cuando estos giraban -y giran- sobre un ego mayúsculo, anclado en la frustración que alimenta a cada narcisista. Yo, al menos, me cuestiono.
Hoy vemos a un jugador de fútbol ahuyentar toda responsabilidad en su bochornosa marcha. Él considera acertado su comportamiento porque ¿quien, hoy día, cumple su palabra? ¿Quién, hoy día, hace prevalecer su honor? Eso ya no se lleva, y cualquiera podría dar incontables ejemplos sobre el asunto.
Hoy asistimos al triunfo del griterío sobre la templanza, porque ¿quién quiere a un articulista o tertuliano pacífico? ¿Quién a uno objetivo y razonado? ¿Quién al que no insulta o falta al respeto…? Ese ya no tiene cabida en un mundo zafio, descarnado y circense. No es culpa de nadie; la vida mediática es así.
Hoy presenciamos una clase política plagada de todo menos de clase: un club de egotistas vanidosos, porque ¿quién se retiraría después de ser cuestionado por los suyos? ¿Quien cedería beneficio personal a cambio de bienestar común? ¿Quién antepondría su país a sí mismo? Solo el dirigente trasnochado que tampoco se estila. Unos diremos que la culpa es del gobierno. Otros que de los votantes.
Hoy elevamos a la categoría de genial al último “mono” que ejecuta una pirueta ridícula, al que se burla de otro aún peor que él, y al que se atreve a decir lo que la mayoría (por desgracia) piensa, y lo hacemos “viralizando” y pagando sus actuaciones. Pero ellos no son responsables… ni nosotros tampoco, ¡qué tontería!
Hoy preferimos aplaudir cualquier vídeo de perritos, gatitos, canguritos o ciempieses antes que uno de arte, literatura, filosofía o ciencia, pero luego culpamos al otro de que el poderoso naranja, verbigracia, sea presidente. Nadie es nadie, una vez más.
Hoy seguimos extrayendo memoria de lo que debería ser olvido, aunque solo fuera por prudencia y sentido común, y mañana nos escandalizaremos de un repunte del eterno doble bando, y de las posibilidades de enfrentamiento civil. Y nadie será responsable, sino justo en su rencor. Así nos protegemos de la insensatez.
Dicen que un hombre no es un fracasado total hasta que no empieza a culpar a los demás de su propio fracaso. De su incompetencia. De su falta de habilidad. Es entonces cuando ya no hay nada que hacer. ¿Imaginas que cada uno de nosotros fuera responsable de sí mismo? ¿Que dejara de excusarse para verse con total nitidez? ¿Para mejorar, al fin?
¿Imaginas, multiplicado, el cambio…?
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