40.000 personas en el momento del bombardeo llegando a 400.000 en total por las consecuencias.
Los supervivientes, llamados “hibakusha”, fueron estigmatizados de por vida por miedo a las enfermedades que pudieran desarrollar. La bomba atómica no sólo acabó con la segunda guerra mundial, cambió la concepción de la vida de toda una civilización y la literatura sirvió como catalizador del dolor en una sociedad considerablemente hermética a la hora de manifestar públicamente los sentimientos. Los “hibakusha” decidieron narran sus propias experiencias de la tragedia y surgió una corriente literaria conocida como 'genbaku bungaku' (literatura de la bomba atómica). "Me salvé porque estaba en el lavabo...". Así comenzaba Flores de verano (Impedimenta), un relato de apenas veinte páginas de la escritora Hara Tamiki, publicado en 1947 y donde expresaba el desastre de Hiroshima con crudeza. Ôta Yôko escribió las novelas Ciudad de cadáveres (1948), Harapos humanos (1951) y Medio humano (1954), también testimonio de Hiroshima. La literatura del ataque nuclear abarca incluso la poesía de Tôge Sankichi en su recopilatorio Poemas de la bomba atómica y los Huevos negros de Kurihara Sadako.
A través de estas dos historias paralelas y de su sorprendente encuentro final, Andrés Pascual teje una conmovedora trama sobre la importancia de asimilar las tragedias del pasado para afrontar los retos del presente y escribir nuestro propio destino a la vez que nos muestra y nos hace conocedores de una cultura tan intimista como la japonesa: "En nuestra cultura, una palabra no dicha, es más importante que todas las pronunciadas".