Napoleón puede esperar,
Ana Alcolea,
Pearson, 2012.
Napoleón puede esperar es un relato de ilusiones compartidas que se truncan, de confesiones a media voz, de dolor, de ausencia, de amor y de amistad. Ana Alcolea mantiene una estructura que comienza a ser una seña propia de indentidad narrativa, ya que ofrece dos historias y dos acciones que, de alguna manera, se dan la mano.En el pasado, a principios del S. XVIII, conocemos al teniente de las tropas napoleónicas, Gerard Lacombe, quien ha sufrido la campaña de Egipto y no comparte las ansias de expasión del pequeño corso, como se llama, a menudo, a Napoleón. Para Gerard es muy difícil volver a la normalidad, después de tanto sufrimiento y dolor, aunque lo logra gracias al amor de si vida, Elisabet. No obstante, sabe que es un tiempo prestado porque ha de retornar a la lucha. Esta vez en la campaña española, en plena guerra de la Independencia.En el presente, Pablo e Isabel, dos jóvenes unidos por el dolor. El padre de Pablo y el hermano de Isabel han muerto en Afganistán. El funeral se oficia en la Iglesia de San Fernando, de Zaragoza, lugar emblemático para dos de los personajes, Gerard y el padre de Pablo.Con buen pulso, Ana Alcolea va centrando las acciones. Pablo e Isabel acaban unidos frente a la adversidad y surge, entre ellos, el amor. Gerard vive el segundo sitio de Zaragoza y se horroriza ante los desastres de la guerra.La escritora ofrece un retrato conmovedor y realista del sitio de Zaragoza. El hambre, la miseria, la falta de humanidad se dan la mano. Personajes reales e imaginarios conviven y, juntos, ayudan al lector a captar, al menos un poco, la sinrazón humana.Un nombre une ambas historias, Goya. Tres lienzos de Goya, que estaban en San Fernando, desaparecen en la guerra y Ana Alcolea imagina un posible itinerario para uno de ellos, el que Santa Isabel. Gerard, sensible al arte, salva los lienzos y solo ese perdura. El lienzo une pasado y presente y es indispensable para entender la novela.El nombre de Isabel es importante en el relato, en ambos tiempos, ya que siempre hay una joven de nombre Isabel o Elisabet. El milagro de Santa Isabel, además, que convirtió los panes en rosas es una metáfora de la inutilidad de la guerra.Hay muchas pistas que ofrece la narradora. Lo cotidiano y lo épico se dan la mano en la novela. Por un lado, la madre de Pablo que siempre se siente mejor con una taza de té, por el otro Isabel que huele tan bien o Elisabet cuya fragancia acompaña a su marido en la campaña española. Los olores limpios y puros, al lado de la podredumbre propia de los momentos bélicos.Podríamos decir que hay un personaje global, impactante , que s la ciudad de Zaragoza, una ciudad que en la Guerra de la Indepencia sufrió como ninguna y, pese a los que la gobernaron, salió adelante. Una ciudad que tuvo grandes heroínas quienes, con su valor, trataron de solucionar los entuertos masculinos.Hay también otros aspectos narrativos interesantes que podemos comentar. Pablo escribe en primera persona. Las vicisitudes de Gerard se cuentan en tercera persona, pero es un narrador omnisciente quien lo hace. Eso sí, se transcriben sus cartas que son un elemento que une, como verá el lector, ambas historias.Zaragoza y París se muestran como dos escenarios importantes. El río Ebro y el río Sena, símbolo de lo que fluye y pasa, pero siempre ahí, permanentes.Pese a la dureza de algunas descripciones, el mensaje de Ana Alcolea es esperanzador y son frecuentes las notas lírica en su relato. La piedad, la ternura, el afecto y la caridad siguen entre las personas. Y, en suma, siempre se puede ver la vida desde el otro lado porque las casualidades a veces existen. Y como dice la profesora de literatura de Isabel, "hay que darle la vuelta" a los acontecimientos.En suma, Napoleón puede esperar es una novela muy bien construida, que ahonda en la psicología de los personajes y que sabe captar, desde el principio, la atención del lector. Suponemos que no habrá sido una novela fácil para la escritora ya que, seguramente, en el proceso de documentación y escritura del relato, muchos sentimientos y emociones se le habrán despertado porque Ana Alcolea conoce muy bien Zaragoza, ya que es donde ha nacido, y el Canal Imperial, escenario importante también en la vida de los personajes.