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Napoleón. Reflexión dramatizada (Gabriela Díaz Gronlier).

Publicado el 14 enero 2025 por Elcopoylarueca

NAPOLEÓN. REFLEXIÓN DRAMATIZADA

«¿A qué lugar huyó la razón?»

Napoleón. Reflexión dramatizada (Gabriela Díaz Gronlier).

«Napoleón en su trono imperial», Jean Auguste Dominique Ingres, óleo sobre lienzo, 1806.

I

En el centro del escenario, iluminado con una luz morada, Napoleón se encuentra vestido con un hábito blanco, bordado de abejas. Se escucha, a lo lejos, cómo las olas golpean los arrecifes. Napoleón declama:

¿Dónde abandoné al amor?
¿Dónde olvidé el honor?
¿A qué lugar huyó la razón?

¡Oh…!, ¿por qué el mundo,
que tantos muertos me debe,
me ha olvidado?

II

Al fondo del escenario, hay un grupo de personas jugando a las cartas: el corro se mantendrá todo el tiempo ajeno a lo que sucede en la representación, aunque, de vez en cuando, se escucharán voces animadas. Napoleón está sentado en una silla, tiene la cabeza baja y las manos sobre las rodillas. Su corona está en el suelo. Entra el conde Charles de Montholon, su médico, y se dirige a él.

Médico:

¿Otra vez la melancolía royendo su mente, Napoleón? ¿Otra vez en soledad?

Napoleón:

¡Oh, Montholon!, no son las únicas penas la soledad, la falta de noticias, la traición…

Médico:

Injustas sus quejas, general. Al menos su biografía se sigue escribiendo, cosa que no puede decirse de los que lo siguieron y en las estepas rusas quedaron congelados.

Napoleón:

Se equivoca, doctor. Bien sabe que sobrevivo en esta ventosa cárcel de piedra, donde soy un cautivo. Aquí manda el inglés, y lo sabe usted.

Médico:

Pero…, no está solo. Los más fieles lo hemos seguido.

Napoleón:

¿Acaso, se burla de mí? Aquí no están los más fieles, Montholon. Aquí sólo hay un regimiento de espías y de granujas celebrando las cosechas de Baco —Napoleón señala a los jugadores de cartas.

Médico:

¡Cuánta soledad! ¡Cuánta tristeza revelan sus palabras!

Napoleón:


¡Ah…, cómo envidio la suerte del Mariscal Turenne!

Médico:

Pero…, ¡si un cañón lo reventó en el campo de batalla!

Napoleón:


La muerte en el campo de batalla convierte al hombre en héroe. Yo, sin embargo, agonizo perdido en mi sombra. ¿Dónde está la punta de mi espada?

Médico:

Pero, ¡¿qué quiere, qué busca?! La verdad, no sé cómo ayudarlo. 

III

Napoleón se levanta y se dirige al público. El escenario queda iluminado en rojo.

Napoleón:

¡Busco la violencia de la pasión! ¡La sangre…, la sangre! ¡Máteme!

Médico:

¿Qué dice? No puedo, me debo a la ética.

Napoleón:

¿La ética? Por favor…, pertenece a otra época. 

Médico:

Es demasiado tarde para salvarse, Napoleón: los excesos de ambición nos han traído hasta aquí. ¿Un coñac?

Napoleón:

¿Qué coñac? ¡Escuche: entrégueme a la muerte! Quiero vencer al silencio. Necesito evadir los adioses. ¡Envenéneme!

IV

El emperador, caído en desgracia, vuelve a sentarse en el trono. A partir de entonces, el escenario queda a oscuras: solamente una luz blanca ilumina el centro del tablado, donde se encuentran ambos personajes. Las voces de los apostantes se escuchan a lo lejos.

Médico:

Si morir es lo que desea, entonces… ¡cúmplase su voluntad! —Montholon deja arsénico en uno de los bolsillos del emperador.

Napoleón:


¡Oh…, que este fin dramático permita a la historia inmortalizar mi nombre! —alza la mano con el frasco y bebe el veneno.

IV

Vuelve a iluminarse el escenario con la luz morada del inicio y el cuerpo de Napoleón es retirado, entre toques de tambores, por los jugadores. El médico deposita la corona de cartón, bañada en purpurina, sobre la silla donde ha estado sentado el destronado Emperador. Se dirige al público

Médico:

¿Qué habría sucedido si el pueblo no hubiese preferido el carisma de un vanidoso al uso de la razón? ¿Qué ofreció Napoleón a la hechizada multitud que lo aclamaba? ¡Incertidumbre, soberbia y muerte!

¿Y por qué esta trágica experiencia de vida nos hermana con el verdugo? Porque no quisimos ver las señales que revelaban que la reflexión es el único antídoto que neutraliza todo intento de tiranía. 

¡Arda en el fuego eterno el gran prestidigitador de hielo! —Montholon coge la corona de cartón, se acerca a la platea, la rompe y tira los pedazos al público. Marcha acompañado de un escalofriante zumbido de abejas.

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