Naranjos.
Sueño otra vez. El sol brilla. Miro mis manos y me toco la cara con ellas. Huelen a azahar, lo que me hace recordar el sabor del gajo que aún da vueltas en mi boca, soltando poco a poco su dulce zumo. Sin duda, bellas sensaciones, y la mejor, el sonido de su voz melosa y serena. Enamorada. Transportada por la brisa hasta mi espalda. Pero al abrir los ojos vuelven los gritos sin consuelo, el silbido de las bombas, el hedor a muerte, el sabor a hiel y el humo que oculta la luz. Ella no está y los naranjos tampoco.
Torcuato González Toval