Sin manos
Durante la conquista tártara de Asia Occidental, Nasrudin fue movilizado y alistado en el ejército. Un día, se encontró formando parte de una división enviada a reprimir una rebelión en una ciudad de la frontera. Alentados por el resentimiento, los habitantes de la ciudad derrotaron fácilmente a las tropas del emperador. Los pocos que sobrevivieron se vieron obligados a huir. Finalmente el Mullah regresó al palacio, cubierto de cortes y contusiones, Tamerlán le increpó.
—¿Cómo has podido dejar que te golpearan de esta manera? Tenías espada y mosquete.
—Ellos fueron mi perdición, contestó Nasrudín. Con las armas en una mano, y mi conciencia en la otra, no me quedaba mano libre con que luchar.