Verdades gastadas
Un filósofo de entrecasa y vendedor ambulante de gastadas verdades, repetía monótonamente en la casa de té:
—¡Oh, qué extraña es la humanidad! ¡Qué extraña es la humanidad! Pensar que el hombre nunca está satisfecho. El invierno es demasiado frío para él. El verano es demasiado caluroso.
El resto de los presentes asentía comprensivamente con sus cabezas en la creencia que de este modo participaban de la esencia de aquella sabiduría.
—¿No ha notado usted que nadie se queja de la primavera?, observó Nasrudin.