Aún el fuego
El Mullah intentaba encender el fuego, pero a pesar de lo mucho que soplaba, las llamas no brotaban de las brasas.
Perdiendo los estribos gritó:
—¡Traeré a mi esposa si no se encienden!, y sopló aún más fuerte.
El carbón comenzó a arder vivamente, de modo que para mejorar el efecto tomó el sombrero de su esposa y se lo puso en la cabeza. De pronto asomó una llama.
Nasrudín sonrió y dijo:
—¡Aún el fuego le teme a mi mujer!