No perder de vista
Nasrudin iba triste al mercado a vender su última oveja. De camino, un amigo le pidió al Mullah que fuera con él a tomar un té. Aceptando inmediatamente la invitación, Nasrudin sentó a la oveja a la mesa y se acomodó justo enfrente de ella.
—Amigo mío, dijo el asombrado anfitrión, te he invitado a un té; no he dicho que pudieras invitar a tu oveja. ¿Pretendes ofenderme?
—Por supuesto que no, replicó el Mullah. Pero un hombre al que sólo le queda una oveja en el mundo no debe perderla de vista.