Dos bromistas
Cierto día un gracioso, que se alojaba con el Mullah Nasrudín, decidió gastarle una broma. Entrada la noche, ingresó silenciosamente en la habitación del Mullah y pintó una amplia sonrisa en su cara. Nasrudin, que sólo fingía dormir, dejó que el bromista se divirtiera. Dos horas después, cuando el chistoso estaba dormido, entró a hurtadillas en su cuarto y le rapó la parte de atrás de la cabeza.
A la mañana siguiente, anfitrión e invitado se sentaron a desayunar a la mesa.
—Dime, Mullah, se rió tontamente el bromista, ¿por qué sonríes así?
—Me río al ver el ridículo corte de pelo que has elegido, dijo Nasrudin.