Revista Literatura

Nasrudin

Publicado el 23 mayo 2015 por Chesaudade
Nada como un almuerzo gratis
El Mullah Nasrudín regresaba de un viaje a Bombay cuando vio al juez de la aldea dándose una comilona al lado del camino.
Se acercó y se sentó junto a la cesta y esperó que le invitara a unirse al festín. El hombre mascó en silencio durante unos momentos y luego preguntó a Nasrudín por sus viajes. Con la esperanza que una buena noticia indujera al juez a compartir su comida, Nasrudín comenzó:
—Mientras estaba en la India, me encontré con tu hijo, que me pidió que te enviara sus recuerdos y la noticia de que tus rebaños de cabras están florecientes.
—Espléndido, me encanta escuchar que tanto el chico como las cabras están bien. Dime, ¿qué está haciendo mi hijo?
—Está enseñando a trotar a tu yegua blanca.
—Así que también el caballo tiene buena salud.
—Sí, tu esposa parece pensarlo.
—¿Viste también a mi esposa?
—Se ofreció a presentarme a su tío, que actualmente está buscando socios nuevos para sus negocios.
—Siempre es un placer escuchar buenas noticias sobre la familia, dijo el juez quitándose la servilleta del cuello y empezando a recoger los restos de la comida.
—Permíteme recompensarte por tus alentadoras palabras. Coge estos restos y come hasta hartarte. Y pasó al Mullah unos pocos mendrugos de pan y unos huesos de pollo.
Echando humo por la falta de generosidad del hombre, Nasrudín siseó:
—¡Quia! Ni siquiera tus cabras, si hubieran sobrevivido a la sequía, se habrían comido esto.
—Pensé que decías que el ganado estaba bien.
—Estaba estupendamente hasta que tu hijo se fue en la yegua y dejó que su esposa atendiera al rebaño.
—¿Pero por qué ella las dejó morir?
—Es que también ella estaba debilitada por el calor. Siguió luchando valerosamente durante varias semanas, pero finalmente encontró el mismo destino que las cabras.
—¿Y por qué su tío no se puso en contacto conmigo?
—Al parecer, desfalcó dinero de su compañía para pagar el funeral de tu esposa. Se descubrió el robo y lo metieron en la cárcel.
Muy conmocionado, el magistrado saltó a su caballo de pura raza y se marchó, dejando el cesto y su apetitoso contenido junto al camino.

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