Palabras repetidas
Durante muchos años, los habitantes del pueblo de Nasrudín habían estado agobiados por los elevados impuestos establecidos por el rey del desdichado país, un hombre sin escrúpulos. Los campesinos y los comerciantes estaban obligados a aportar un tercio de sus escasas ganancias a las arcas de palacio. El Mullah Nasrudín, entonces imam de la aldea, estaba tan enfadado por la pobreza y la desigualdad que había a su alrededor que dio un sermón en el que acusaba al monarca de chupar la sangre al pueblo.
Desgraciadamente, uno de los tantos espías del monarca escuchó sus observaciones y se fue a la corte a toda prisa. Poco después Nasrudín fue arrestado y llevado al palacio.
—He oído que te has atrevido a compararme con una sanguijuela, dijo el rey. Como sin duda sabes, los insultos dirigidos a la persona del rey son recompensados con la flagelación pública seguida de prisión.
—Majestad, replicó el Mullah, no te insultaba, simplemente repetía lo que la gente dice en todo el reino.