Revista Literatura

Nasrudin

Publicado el 24 julio 2011 por Chesaudade
El burro amado
Paseando en una playa, Nasrudin nota que algunos pescadores estaban tratando de mantener encendido un fuego cerca de un barco de madera, y curioso, les preguntó para qué.
-Estamos fundiendo alquitrán, dijo un pescador.
-¿Alquitrán?, preguntó un confundido Nasrudin.
Así es, estamos haciendo alquitrán para cubrir las grietas en la parte inferior de la embarcación. Esto reduce la fricción y hace a los barcos desplazarse más rápido.
Nasrudin agradeció que atendieran su curiosidad, saludó y se retiró presuroso a su casa.
Una vez en ella hizo una fogata para derretir un poco de alquitrán en una sartén. Acercó y ató a su perezoso asno, y tan pronto derretido comenzó a aplicar el alquitrán por el estómago del burro.
Cual torbellino, el aterrado burro, pronto desapareció en el horizonte a toda velocidad.
Nasrudin nunca había visto a su asno perezoso y aletargado correr tan rápido y realmente sorprendido exclamó: -¡Funciona bien!
Pero, el asno de Nasrudin no regresaba.
Ya la ansiedad lo desbordaba. Reiteradamente transitaba las calles de la aldea y siempre con la misma pregunta: ¿vistes a mi burro?.
Hartos de él, le insistieron que preguntara al sabio de la ciudad, que se decía, tenía las respuestas a todas las preguntas.
-Nasrudin, dijo el hombre sabio, su burro se ha fugado, se convirtió en un hombre y ha sido nombrado magistrado de la aldea vecina.
Agradeciendo al sabio la información, Nasrudin se dirigió a ella y tras ubicar el edificio entró en la sala.
Allí estaba sentado el juez, y el Mullah montado en cólera, le amenaza con el puño y le grita: -Vuélvete a casa, estúpido animal!
El magistrado se puso furibundo: -¿Quién eres y cómo te atreves a hablarme así? ¡te haré arrestar y envíar a la cárcel!
-Yo soy el archiconocido Mullah Nasrudin de la aldea vecina y tú eres mi burro!
-¿Quién te dijo eso?, preguntó el magistrado.
-El hombre sabio de mi pueblo me lo dijo, contestó Nasrudin.
-Eso es ridículo. ¿Estás loco?, ¿Me veo como un burro?, preguntó incrédulo el magistrado.
Nasrudin se irguió en toda su estatura y dijo: -Yo prefiero creer en la palabra de un hombre sabio y no en la de un burro.
El magistrado, furioso, ordenó que el Mullah Nasrudin sea expulsado inmediatamente de la ciudad y enviado de vuelta a su aldea.
Ya de vuelta a su casa, y en la idea del retorno de su burro, se le veía abrumado por el dolor.
Es posible que hayas perdido tu burro, Mullah, pero no debes llorar tanto y más que cuando perdistes a tu esposa.
-Ah, suspiró Nasrudin, cuando perdí a mi esposa, todos los aldeanos me consolaban y me decían: te vamos a encontrar una nueva esposa, y tu, precisamente, me encontrastes una nueva esposa. Pero, amigo mío, hasta ahora nadie se ha ofrecido a sustituir a mi burro.

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