Circunstancias
El Mullah Nasrudín y un acaudalado comerciante cabalgaban juntos a través de las arenas del desierto.
-¿No es verdad que Dios recompensa a los ricos con riquezas?, dijo el comerciante a Nasrudin. Contempla mis espléndidas botas de montar, confeccionadas con la mejor piel que el dinero puede comprar, y tus sandalias agujereadas y andrajosas. Mira mi turbante enjoyado, y los harapos que tú llevas enrollados en la cabeza. Mira mi manto de seda con botones de artesanía e hilo de oro, y esa capa remendada en tus hombros esqueléticos. Mira, aquí estamos los dos: tú con unas pocas posesiones miserables en tus apolilladas alforjas, yo con especias que harán que príncipes y reyes lloren de alegría. Y sin embargo, ambos cabalgamos juntos por el mismo camino, yo en un corcel árabe, tú escarbando en la arena en un asno pequeño y ridículo.
De pronto, las reflexiones del comerciante se vieron interrumpidas por la aparición de una banda de ladrones, que le arrastraron sobre la arena, le apalearon, y luego de apropiarse de todas sus posesiones, desaparecieron.
-¡Qué extraordinario es esto!, comentó un pensativo Nasrudín. Mis circunstancias parecen no haber cambiado, pero las tuyas se han alterado dramáticamente en unos pocos minutos.