Los modales
Nasrudín visitaba Samarcanda durante el reinado de Tamerlán.
Entrando en la ciudad, se perdió en sus callejuelas desembocando en un lugar oscuro, repleto de escombros y casas vacías.
Temeroso de los ladrones y asesinos que seguramente pululaban esas calles, rezó, invocó, imploró, a una miríada de dioses, sin olvidarse de santos, patronos y otras yerbas, mientras conducía a su asno por los desolados y sórdidos callejones.
Para más desgracia, se desplazaba sin percatarse, por delante del conquistador Tamerlán, quien, avisado de los disturbios civiles, se había disfrazado de vagabundo y recorría las zonas más arrasadas y deprimidas de la ciudad en busca de agitadores. Al ver al desdichado Mullah, el cruel conquistador abruptamente le cortó el paso y gritó:
-¡Cómo se atreve alguien como tú atravesar esta ciudad como si fuera suya. Desmonta enseguida o tu burro será confiscado y tú serás decapitado!
-Gran Tamerlán, dijo balbuceando Nasrudín, ten misericordia, este animal es la última de mis posesiones mundanas.
-¡Por el Profeta!, vociferó Tamerlán. ¿Es tan pobre mi disfraz que incluso un palurdo como tú puede identificarme?.
-No es tu traje, tus modales te delatan. Un hombre que ordena a un extranjero que desmonte bajo pena de muerte, no puede ser otro que el conquistador responsable de la matanza de tantas vidas inocentes, replicó el Mullah.