Esta obra del artista plástico Enrique Ruiz, no es la habitual composición
pictórica de “Naturaleza Muerta” que agrupa objetos inanimados, ya sean
cerámicas, flores, frutas o animales muertos, entre otros. Si bien habla de
muerte, no habla de una muerte pasiva que deviene de la inercia de los objetos
o muerte natural, sino de una muerte destructiva que llega de la mano del
hombre.
El artista hace referencia al cambio climático, pero no desde una visión
pesimista, sino desde una advertencia que interpele a quienes son
responsables de detener el caos y no lo hacen, quienes tienen que dejar de
emitir gases de efecto invernadero y parecen no estar tomándolo en serio, de
hecho, se tardaron 20 años en lograr el acuerdo de París sobre los topes de
emisión. El soldado, es quien representa este poder que siempre tiene la última
palabra y no nos permite a nosotros como sociedad llevar a cabo los cambios
que desearíamos.
Los científicos afirman que por más que cuidemos al planeta, los países que
contaminan en grande: Estados Unidos; China y la India, deberían dejar ya sus
modelos productivos. En este sentido, el primero intenta desestimar la teoría
del calentamiento global, en virtud de defender los intereses de las grandes
corporaciones, como el mono en la TV prendida fuego, que simboliza la
negación de muchos medios a tratar el tema.
La figura principal de la obra es la mujer que representa a la naturaleza,
quebrada, rota. En su pecho abierto la corteza seca del árbol que asoma, nos
habla de su infertilidad. Los materiales como las bolsas de residuos o la latita
en el ojo, aluden a la contaminación, los desperdicios con los que ensuciamos
al planeta.
En el cielo una lucha de energías, la pelea eterna entre el bien y el mal que se
lleva a cabo invisible a los ojos del hombre.
Esta escena apocalíptica refleja la necesidad de Ruiz de expresar en su arte
las cuestiones filosóficas que lo interpelan, su forma de ver la humanidad;
cómo llegamos hasta acá y cómo imagina nuestro futuro.
Por Eleonora Valentini