Navegando el río Nilo, Kom Ombo, el templo de Isis

Publicado el 08 abril 2016 por Ptolomeo1

El Amarco I avanza sin prisa pero sin pausa por el Nilo mientras los pasajeros se dedican a tomar sol en cubierta, a sentarse bajo el toldo que protege del calor inclemente o bien a descansar a la sombra en una reposera y mirar el paisaje que se extiende a lo largo de la costa, verde y palmeras aquí cerca, desierto sahariano a lo lejos. Cuando la noche se despliega como un manto estrellado nos reunimos para contemplar el paso del barco por la esclusa de Esna mientras los osados vendedores ambulantes gritan desde las canoas ofreciendo sus productos, desplazándose con el movimiento del río que produce el barco al navegar.

Arribamos a Edfu al día siguiente para visitar el templo de Horus, que data del siglo III a. C. y es a la fecha el mejor conservado de Egipto. Las paredes talladas dan cuenta de la batalla celebrada entre Horus, hijo de Isis y Osiris, y el malvado Set, quien asesinó y cortó el cuerpo de Osiris en catorce pedazos luego unidos por el poderoso empeño de su esposa Isis. Horus, el dios halcón, fue el encargado de vengar a su padre y capturó al animal personificado por Set, al que desmembró de la misma manera venciendo así al mal en el mundo: la batalla tuvo lugar en el sitio en que se emplaza actualmente el templo.

Las paredes del soberbio edificio también dan cuenta de la fiesta anual en la que el dios se unía a su esposa Hathor así como de las celebraciones en las que se empleaban inciensos y perfumes cuyas fórmulas se inscriben en sus muros, pero sin dudas el acontecimiento más importante era el Año Nuevo, momento en que la estatua de Horus era subida al techo para que el sol le infundiera fuerza y vigor. Las tallas de las paredes semejan un libro abierto en el que el visitante puede comprender claramente el sentido de cada trazo notable.

La visita a este templo, sin embargo, resulta opacada por la desolación que se respira en las calles de Edfu: hombres curtidos y mujeres vestidas de negro de pies a cabeza transitan bajo el sol inclemente, entre calles polvorientas y rotas por las que se desplazan a paso lento. El santuario de Horus no ha logrado desbaratar la sensación de pesadumbre cuando nos marchamos.

Kom Ombo

Después de navegar durante unas horas desembarcamos para visitar el fabuloso templo de Kom Ombo, situado en un recodo del Nilo que baña con sus aguas azules el edificio sagrado. Es un lugar especial no sólo por el entorno maravilloso que otorga el río, sino también porque está dedicado a dos deidades: Sobek, el dios cocodrilo, y Haroeris, dios de la medicina. Ambos eran muy importantes para sus fieles: el primero era el encargado de protegerlos contra las temidas crecidas del río en tanto que el último los curaba de sus dolencias y enfermedades.

Los creyentes consultaban a Sobek delante de un pequeño altar donde se encontraba su imagen, que en la parte interior permitía que se escondiera uno de los sacerdotes, encargado de responder las inquietudes de los fieles como si fuera el mismo dios. Los ingenuos pobladores cumplían con las indicaciones de la voz que les prometía protección a cambio de ofrendas para mantenerse a salvo de las crecidas de las aguas. También un sacerdote asumía la voz de Haroeris y a quienes consultaban por sus dolencias les indicaba el tratamiento así como les auguraba una buena convalecencia, previa entrega del tributo pertinente.

Nuestro guía Mohamed me enseña los instrumentos médicos de los que dan cuenta las paredes: cuchillos finos como bisturíes, escalpelos, tijeras, forceps… hasta una silla de parto en la que una mujer se encuentra dando a luz en una posición cómoda. También se pueden ver enseres destinados a realizar trepanaciones, dando cuenta de la experticia egipcia en cuestiones médicas y quirúrgicas que no dejan de sorprendernos. Muy cerca se encuentra el Museo del cocodrilo, donde se pueden apreciar momias así como estatuas de madera y granito del muy respetado reptil.

Kom Ombo, cuyo nombre significa “Ciudad de oro”, es un enclave increíble ubicado en un lugar de ensueño. El río, el sol y la imponente construcción sagrada constituyen un entorno deslumbrante del que cuesta separarse, pero debemos partir nuevamente y la próxima parada nos conduce a una isla del lago Nasser en la que se emplaza el centro de culto a la Señora de los Mil Nombres, la diosa madre de los egipcios: Isis.

El templo de Isis

Situado originariamente en la isla de Filae, la construcción de la represa de Asuán fue letal para el templo dedicado tanto a Isis como a su esposo Osiris por lo que fue trasladado a la isla de Asgilkia donde se encuentra actualmente, merced a un esfuerzo conjunto de la U.N.E.S.C.O. y el gobierno egipcio en el curso de la década del ´70.

El santuario es una magnífica construcción en la que los sucesivos gobernadores ptolemaicos y romanos dejaron su impronta, ya que seducidos por el poder que emanaba de los poderosos faraones también buscaban congraciarse con la deidad. La puerta principal se encontraba custodiada por las estatuas de dos leones de granito y en las paredes, pese al daño que sufrieron cuando fue mutado en iglesia copta en el siglo VI, se pueden observar escenas de Isis amamantando a su hijo Horus que datan del siglo III a.C.

El famoso quiosco de Trajano, construido en homenaje al emperador romano cuando visitó el templo, se encuentra al borde del río sostenido por catorce espléndidas columnas de arena, en tanto que al pequeño santuario dedicado a la diosa Hathor se accede por la puerta de Adriano y resalta la imagen del dios Bes, el rechoncho guardián del bien. Se pueden observar en el interior a diversas deidades con instrumentos musicales en sus manos, simbolizando la ejecución de melodías en este entorno privilegiado.

El templo de Isis resulta, en mi opinión, el más bello de los enclaves dedicados a los dioses debido a su emplazamiento privilegiado, a su tamaño más reducido en relación a otros santuarios y a la vibración resplandeciente que se desprende de sus paredes: la energía protectora de Isis perdura, eterna, a orillas del río Nilo.