Arribamos a Edfu al día siguiente para visitar el templo de Horus, que data del siglo III a. C. y es a la fecha el mejor conservado de Egipto. Las paredes talladas dan cuenta de la batalla celebrada entre Horus, hijo de Isis y Osiris, y el malvado Set, quien asesinó y cortó el cuerpo de Osiris en catorce pedazos luego unidos por el poderoso empeño de su esposa Isis. Horus, el dios halcón, fue el encargado de vengar a su padre y capturó al animal personificado por Set, al que desmembró de la misma manera venciendo así al mal en el mundo: la batalla tuvo lugar en el sitio en que se emplaza actualmente el templo.
Las paredes del soberbio edificio también dan cuenta de la fiesta anual en la que el dios se unía a su esposa Hathor así como de las celebraciones en las que se empleaban inciensos y perfumes cuyas fórmulas se inscriben en sus muros, pero sin dudas el acontecimiento más importante era el Año Nuevo, momento en que la estatua de Horus era subida al techo para que el sol le infundiera fuerza y vigor. Las tallas de las paredes semejan un libro abierto en el que el visitante puede comprender claramente el sentido de cada trazo notable.
La visita a este templo, sin embargo, resulta opacada por la desolación que se respira en las calles de Edfu: hombres curtidos y mujeres vestidas de negro de pies a cabeza transitan bajo el sol inclemente, entre calles polvorientas y rotas por las que se desplazan a paso lento. El santuario de Horus no ha logrado desbaratar la sensación de pesadumbre cuando nos marchamos.
Los creyentes consultaban a Sobek delante de un pequeño altar donde se encontraba su imagen, que en la parte interior permitía que se escondiera uno de los sacerdotes, encargado de responder las inquietudes de los fieles como si fuera el mismo dios. Los ingenuos pobladores cumplían con las indicaciones de la voz que les prometía protección a cambio de ofrendas para mantenerse a salvo de las crecidas de las aguas. También un sacerdote asumía la voz de Haroeris y a quienes consultaban por sus dolencias les indicaba el tratamiento así como les auguraba una buena convalecencia, previa entrega del tributo pertinente.
Nuestro guía Mohamed me enseña los instrumentos médicos de los que dan cuenta las paredes: cuchillos finos como bisturíes, escalpelos, tijeras, forceps… hasta una silla de parto en la que una mujer se encuentra dando a luz en una posición cómoda. También se pueden ver enseres destinados a realizar trepanaciones, dando cuenta de la experticia egipcia en cuestiones médicas y quirúrgicas que no dejan de sorprendernos. Muy cerca se encuentra el Museo del cocodrilo, donde se pueden apreciar momias así como estatuas de madera y granito del muy respetado reptil.
Kom Ombo, cuyo nombre significa “Ciudad de oro”, es un enclave increíble ubicado en un lugar de ensueño. El río, el sol y la imponente construcción sagrada constituyen un entorno deslumbrante del que cuesta separarse, pero debemos partir nuevamente y la próxima parada nos conduce a una isla del lago Nasser en la que se emplaza el centro de culto a la Señora de los Mil Nombres, la diosa madre de los egipcios: Isis.
El santuario es una magnífica construcción en la que los sucesivos gobernadores ptolemaicos y romanos dejaron su impronta, ya que seducidos por el poder que emanaba de los poderosos faraones también buscaban congraciarse con la deidad. La puerta principal se encontraba custodiada por las estatuas de dos leones de granito y en las paredes, pese al daño que sufrieron cuando fue mutado en iglesia copta en el siglo VI, se pueden observar escenas de Isis amamantando a su hijo Horus que datan del siglo III a.C.
El famoso quiosco de Trajano, construido en homenaje al emperador romano cuando visitó el templo, se encuentra al borde del río sostenido por catorce espléndidas columnas de arena, en tanto que al pequeño santuario dedicado a la diosa Hathor se accede por la puerta de Adriano y resalta la imagen del dios Bes, el rechoncho guardián del bien. Se pueden observar en el interior a diversas deidades con instrumentos musicales en sus manos, simbolizando la ejecución de melodías en este entorno privilegiado.
El templo de Isis resulta, en mi opinión, el más bello de los enclaves dedicados a los dioses debido a su emplazamiento privilegiado, a su tamaño más reducido en relación a otros santuarios y a la vibración resplandeciente que se desprende de sus paredes: la energía protectora de Isis perdura, eterna, a orillas del río Nilo.