Cada año por estas mismas fechas repetimos la misma cantinela. Nos despojamos de nuestros egoísmos más recónditos para disfrazarnos de hombres buenos, sin darnos cuenta de que realmente estamos falseando la realidad.
La llegada de la Navidad supone una buena escusa para demostrar que somos capaces de mirar atrás, perdonar, olvidar y volver a empezar de cero. Realidad emponzoñada.
Somos como somos. Cada cual con sus defectos, que son muchos, y sus virtudes, que superan en grado a los anteriores porque, como dice el Profesor Rojas Marcos, el individuo es un ser bueno por naturaleza.
Existe un viejo refrán que dice que la cabra siempre tira al monte. Verdad con mayúsculas porque al fin y al cabo, aunque no lo pretendamos, siempre somos tal cual somos, y nadie puede cambiarnos, y el que intente cambiar al que tiene al lado, yerra estrepitosamente. Aunque sí es cierto que, en ocasiones, siempre existen aristas que limar, flecos que cortar, o polvo que barrer. Y esto siempre es bueno porque limando, cortando o barriendo siempre se poda algo y se regenera más. Lo curioso del caso es que estos tratamientos siempre se hacen en estas fechas. Da la sensación de que sólo en esta época del año se regenera –o al menos se pretende- nuestra forma de ser y de pensar.
Las fiestas navideñas son fiestas puramente consumistas y materialistas, y de religiosa siquiera tienen el nombre. Por eso me aburre el hecho de cada año, al amparo del Nacimiento del Niño de Belén, tengamos la obligación de ser felices, y este estadio de felicidad nos obligue (entre otros motivos porque lo imponga determinada cadena de distribución) a estrujar nuestra tarjeta de crédito comprando presentes por doquier sin sentido. Me gustaría saber qué regalos compraron los aldeanos de Belén hace dos mil años. Cuando me entere de ese dato, quizás entienda el sentido de la Navidad.
La Navidad no me gusta. Creo que quedó suficientemente claro, pero con independencia de este gusto, lo cierto es que este año aún me gusta menos, y lo cierto es que tengo un confuso estado mental de desorientación. Si bien este año tengo muchos más motivos para sentirme bien que el año pasado, por otro lado es una verdad absoluta el hecho de que este año la Navidad es diferente a muchos niveles. Una extraña sensación de desánimo y tranquilidad.
En cualquier caso, y para aquellos que aún creen que la Navidad es una época de felicidad, tranquilidad, paz, etc. etc, ¡¡FELIZ NAVIDAD!!