Revista Diario

Necesidades

Publicado el 26 febrero 2011 por Menagerieintime
Si hace unos meses alguna persona se me acercaba mientras paseaba por la calle o mientras me tomaba una cerveza con mis amigos y me pedía algo de dinero yo, simplemente, se lo daba. Supongo que por el hecho de no sentirme culpable de la puta vida que esa persona vivía. Se me acercaba, pedía y yo le daba. Fácil y simple.
Desde que salí de la cárcel eso ya no es así. Y no es así porque me he dado cuenta de que el que quiere algo, el que realmente necesita algo, se busca la vida para conseguirlo. No lo roba. No lo pide a lo loco. Se busca la vida.
Así he aprendido que si en la cárcel uno quiere fumar y no tiene dinero, se compromete en limpiar la celda tres veces en semana y el resto de compañeros le pagan el tabaco. O se compromete en limpiar la celda de otras personas tres días en semana para que ellos le suministren el tabaco. Si es un fumador empedernido se compromete con los de su celda y con sus vecinos para que, trabajando seis días a la semana, pueda fumar tranquilamente.
También he aprendido que si una persona quiere lavar su ropa con Ariel liquido y no tiene dinero, debe comprometerse en hacer un barco con palillos de dientes (si es habilidoso) o debe proteger a alguno o debe, incluso, atizar bien fuerte (y sin piedad) a la persona que se le encargue. Y todo para lavar la ropa.
También pasaba que si querías comer caliente de vez en cuando, si no tenías dinero, debías encargarte del cambio de sábanas de todas las camas de tu celda (con el asquito que eso puede llegar a dar), o tenías que dejar como los chorros del oro el baño de la celda, o tenías que levantarte todos los días temprano para recoger la fruta y el pan, o debías de sacar a diario la bolsa de basura cuando venían a recogerla a la puerta de la celda…
A fin de cuentas, que si necesitabas algo en la cárcel y no tenías dinero para comprarlo durante los días de compra, tenías que hacer algo a cambio. El resto de presos te ayudábamos hasta tres veces. A la cuarta se corría la voz de que no tenías “ni una lira” y tenías que comprometerte seriamente en hacer algo para conseguir lo que necesitabas. Tenías que trabajar.
Aunque suene raro, la cárcel me ha ayudado a comprender que cuando venían a pedirme dinero y yo simplemente lo daba, estaba alimentando la cultura del no esfuerzo. Del no hacer nada. Y creo que, en este sentido, la cárcel me ha ayudado a ser mejor persona.
Ahora o te esfuerzas o no te doy nada. Aunque simplemente hagas malabares en el semáforo. Eso, para mi, ya es un esfuerzo lo suficientemente grande como para recibir algo a cambio. He aprendido que es verdad eso de que más cornadas da el hambre. Y de que el que quiere algo, si no se le da a lo fácil, se esfuerza por conseguirlo. Hablo del esfuerzo por conseguir algo que necesitabas. Más adelante os hablaré del esfuerzo que suponía, en la cárcel, saldar una deuda o un favor pedido a la persona menos indicada (que, normalmente, eran los que más podían ayudarte)

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