Revista Literatura

Necroslogía, historias de la muerte... tuya

Publicado el 09 marzo 2012 por Agora
Necroslogía, historias de la muerte... tuya
Montse de Paz Toldrá, Alex, Antonio Romero Montilla, Edgardo Benítez, Esther González, Fernando Castellano Ardiles, Jesús García Lorenzo, Manuel Navarro Seva, Manuel Pérez Recio, Pedro, pepsi, Plácido Fernández González, Rafael Homar Ferragut, Sergio José Martínez Valls, zoquete
Necroslogía
La Tribu, 2012
El novelista argentino Juan José Saer escribió que la verdad es lo contrario de la mentira, pero la ficción no es lo contrario de la verdad. Éste es un dogma que todo lector conoce, que todo autor respeta, pues aunque esté construida como una mentira intencional- así se lo escuché al mexicano Jorge Volpi- no busca perseverar en el engaño, sino construir verdades distintas, autónomas y coherentes con sus propias reglas.
Estas fueron las primeras ideas que me vinieron a la cabeza cuando tuve en mis manos el manuscrito de estos quince relatos relacionados con la muerte, desde cambiantes perspectivas, desde diferentes visiones, desde las desiguales facetas que cada escritor puede darle a un mismo tema cuando renuncia a la realidad para edificar otra, muchas veces tan real que cuesta trabajo discernir qué es la ficción, que es la verdad, en el sentido que apuntábamos al principio.
Si el lector es el destinatario de todo lo escrito, en el ámbito que sea, y, como escribía el citado Volpi en Mentiras contagiosas, somos las víctimas de los autores, quienes pretenden que caigamos en sus redes- esa cotidiana expresión de “me ha enganchado”-; es decir, que abandonemos nuestras vidas cotidianas y nos traslademos a la prisión que él nos ha reservado; es el autor una especie extraña, muchas veces anónima, desconocida para el lector, muy diferente de la que los focos de la fama pueden dar a entender.

Y, si no os lo creáis, volvamos al ensayista mexicano, quien afirma que al autor habría que considerarlo insano y encerrarlo. Reconozcámoslo, nos dice, pasa semanas, años en compañía de seres inexistentes. Un individuo que, marginado del mundo por voluntad propia, se enclaustra en sus pensamientos, volcado a amar, odiar, temer o admirar criaturas etéreas. Allí, apelmazado en su sillón, con los ojos estragados por la proximidad de la pantalla, apenas alumbrado... ¿os reconocéis? Estoy convencido de que en estas palabras de Jorge Volpi se sienten identificados los autores y autoras de estos relatos que os disponéis a leer, que seguro no os sorprenderán y, cuando la muerte no sorprende, es por que ya hemos caído en sus redes.
Tal vez caigamos, sin saberlo, en el primero de los relatos, mientras perseguimos a una rana que al croar nos parezca que repite “¡Juan!, ¡Juan!, Juan!”; puede que incluso un poco más tarde, unas páginas más allá, cuando descubramos que somos nuestra memoria, y sea un familiar muy cercano quien nos regale un recuerdo eterno; en esencia eso no importará, por que los autores de estos relatos nos repetirán, una y otra vez, a lo largo de los mismos, que mientras una parte de la vida continúa, otra de la muerte se presta a esperar, paciente, sabedora de que somos ceniza y ella, a pesar de las disputas familiares, es fácil encontrarle un lugar donde depositarlas para siempre, aunque la solución de Gloria- en una de estas Necros- sea de lo más inesperado.
No esperéis encontrar oscuridad, ni noches de luna eterna, más bien la cotidianeidad de aquello que nos encontramos cada día,como voces en el río repitiendo que no busquemos en él lo que está a nuestro lado, porque la muerte es de lo más corriente, tanto como la vida, y Muerte, lo leeremos en estas páginas, no aguanta ese olor a muerto que aparece cuando alguien se va con ella; y, aún así, ante ella hay que gritar bien fuerte, incluso calzarse las botas para, emulando al VII de Caballería, morir con ellas puestas, o vivir sin descalzarlas, por muy difícil que sea hacerlo en los páramos de la muerte, mucho más que desconectarse de este mundo que agoniza de muerte.
De lo que sí estoy convencido, como una premonición, es que veréis a las cuatro ancianas de negro, esas que algunas veces nos cruzamos en mitad del pasillo. Sí, lo he repetido antes, ante Muerte es aconsejable gritar, hablar bien alto, no sea que como alguien no nos oiga, crea que ya hemos muerto. Por que vivimos en nosotros, sí, pero también en la memoria de los demás, no somos orquídeas, no somos la última de su especie, no, muchas veces es la memoria más importante que la propia vida- ¿os acordáis del replicante que lamenta, ante su inminente muerte, todos los recuerdos y vivencias que se van a perder como lágrimas entra la lluvia?- pues esa es la grandeza de la vida, los recuerdos, la memoria, aunque al final de ella nos parezca tan efímera, tan corta, como si fuese la bellaza de una flor. Una flor... Millones de flores en su gloria noviembrera.
En un libro de relatos el crítico- como el autor del prólogo, si fuese el caso- debe tener la precaución de no desvelar el misterio de las breves perlas literarias que ha leído y creo que aquí, como allí, puede que me esté dilatando más de la cuenta, así que me despediré con otra cita de uno de los relatos: la muerte, en otros, es dolorosa, la propia es terrible. Y aquí vas a encontrarla, la una y la otra, en muchas facetas.
Pasa, entra, estás en tu casa... eterna.
Francisco Javier Illán Vivas

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