Revista Literatura

Negocios-Nueva demanda

Publicado el 22 septiembre 2014 por Xabelg
Negocios-Nueva demanda
Naomi y Frank, frente a frente, apuntándose con las armas que empuñaban, midiéndose con la mirada hasta que la tensión fue tan fuerte que se hizo insoportable. Dispararon al mismo tiempo con un extraño sonido para provenir de un arma...
Frank se despertó, inquieto por lo experimentado en el sueño. El sonido de las armas era en realidad el tono de las notificaciones de su móvil al máximo de volumen. Un mensaje de Ardura en el que le enviaba su número de cuenta. Le había salvado de morir en sueños. Ardura, que cabroncete más oportuno, la verdad es que le caía bien. Nunca había conocido a un detective y la experiencia era casi hasta agradable, si obviaba las circunstancias en las que había recurrido a el. Esperaba que le hiciese alguna visita si acababa en la cárcel.
Se vistió a toda velocidad y sin tan siquiera hacer la cama. Fue directo al banco a hacerle la transferencia al detective. Lo hizo porque le había servido de mucha ayuda a la hora de encontrar a su socia y descubrir cual era su situación real. Una situación que se encontraba en la frontera entre lo que era legal y lo que no. Una vez hecho, se dedicó sencillamente a pasar el día, sin la más mínima intención de abrir ni de pasar un sólo segundo en la oficina, ni ese día, ni nunca.
Le apetecía un tour completo en el centro comercial que estaba en el centro de la ciudad, el Atrio. Su primera parada fue en la cafetería, en donde se obsequió con un pantagruélico desayuno consistente en un zumo natural, varios cafés, y unas cuantas piezas de bollería. Tenía pensado no reparar en gastos, ese día se iba a permitir todos los lujos que le pidiera el cuerpo, puesto que en el banco había comprobado que la cuenta de la empresa tenía liquidez más que de sobra, para muchos días en ese plan. Sentí que se merecía darse algún lujo, dado la mierda que tenía que aguantar.
En el fondo, esos lujos que se tomaba eran debidos a que sospechaba que quizá no sobreviviera mucho más si iba en busca de Naomi, pero era mejor que esperar a que vinieran a por el, fuese la policía, la propia Naomi, o sus proveedores, ser su socio era demasiado arriesgado para no hacer nada. Prefería caer ahora antes que vivir escondido y con miedo.
Después de dejar la cafetería deambuló por el centro comercial, entrando en una tienda en la que se hizo con un Iphone 6. Sólo tenía pensado mirar, pero no pudo resistirse al impulso, aún sabiendo que quizá no tuviera demasiado tiempo para probarlo y descubrir como funcionaba. Pagó con tarjeta, y abandonó la tienda y el centro comercial, internándose en la marea humana que deambulaba por la ciudad.
Tras toda la mañana dedicándose al turismo consumista, hizo un nuevo alto en un restaurante, en el que se obsequió una ligera comida, pero regada con el mejor vino de la casa. Mientras comía, pensaba en cual era el siguiente paso que debía dar, porque alguno tenía que ser. Quizá su situación  fuese una especie de carrera suicida, pero detenerse ahora podría ser incluso más mortífero que continuar. Llegó a la conclusión de que lo que le estaba sucediendo no era lo peor que podría haberle pasado. Podrían haber ido a por el en cualquier momento del pasado cuando ni tan siquiera era consciente de la situación real, lo que reforzó su opinión sobre que lo que estaba haciendo y lo que iba a hacer era lo más adecuado dadas las circunstancias.
Pagó la cuenta y se fue a su casa, con el tocho del catálogo de Ikea bajo el brazo, y la bolsa del móvil en la mano, el cual puso a cargar nada más llegar, como aconsejaban los expertos.
Se sentó frente a la tele para distraerse un poco, dando cuenta del resto de la botella de whisky del otro día, algo menos de la mitad. Cuando se le acabó el combustible le vino la inspiración. Busco por entre sus armarios algunas cosas que le serían útiles en aquel día.
Allí, en el armario del salón, al lado de la caja de la vieja Atari, rescató del olvido la caja de su periodo militar. Las desgastadas botas, y el uniforme, y debajo, sus mejores amigas, que le ayudarían en aquel trance. Descartó la Magnum Desert Eagle, que aunque potente, era pesada y poco precisa. Se decantó por la más manejable Beretta 92, mucho más adecuada para la tarea. La desmontó para revisarla, la limpió y engrasó, recalibrándola para que cada tiro fuese certero, y municionó los tres cargadores que tenía, mientras pasaban las horas y oscurecía.
Una vez que el día anunciaba su retiro, Frank se cambió la camisa por una camiseta negra, que le permitía fluidez en sus movimientos. Salió con la tarjeta en la mano al encuentro de Naomi, lo supiera ella o no. En menos de diez minutos alcanzó su calle y abrió el portal con el código numérico que Ardura había anotado. Llamó al ascensor, y pulsó el botón del último piso, arrancando rumbo al  ático de Naomi.
En cuanto salió del ascensor le sobrevino la sensación de que algo pasaba. La puerta del ático estaba reventada, como si la hubieran abierto a base de golpes. Frank sacó la pistola y  entró, movido por la curiosidad, pero con precaución, estaba alerta a cualquier cosa que lanzaran contra el. Atravesó el recibidor, y en lo que parecía ser el salón, se le presentó una imagen caótica.
Discos de dvd hechos trizas, una televisión de pantalla gigante acribillada, muebles rotos tumbados y cuadros y láminas enmarcadas tiradas por el suelo. También había a la vista abundantes manchas de sangre. Avanzando un poco pudo ver tras el sofá el cadaver de Naomi pistola en mano. Un tiro en el hombro y otro en el pecho. Un reguero de sangre recorría el pasillo, Frank lo siguió sin dejar de empuñar la pistola, y encontró otro cadáver en la cocina. Un tipo moreno, alto y con traje negro con un extraño pin en la solapa que no tocó pero al que se acercó para sacarle una foto con el móvil. Debía ser muy fuerte, para haberse arrastrado hasta allí con tres tiros en el cuerpo. Dejó todo como estaba y volvió al ascensor. Esperaba que nadie le hubiera visto allí.
Enseguida se adentró en la calle, fuera del alcance de  ojos indiscretos que lo relacionaran con aquello. Aquella dantesca escena si que era algo que Frank no se esperaba. No había previsto algo así ni de lejos, y las preguntas se le acumulaban. Ante eso no había nada que el pudiera hacer. Pero conocía a alguien que si podía hacer algo. Sacó otra vez el móvil e hizo una llamada. Su interlocutor lo cogió al tercer tono:
-Ardura? Soy Frank Blackwell. Una vez más voy a tener que recurrir a tus habilidades.

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