“Estábamos en una habitación de unos seis o siete metros cuadrados. En una esquina iban todos a orinar, pero cada vez que alguien iba, los orines corrían por el suelo de toda la habitación y no había cómo apartarse. Allí habíamos veintiséis.”Esta es la transcripción de una nota de voz vía Whatsapp que me acaba de enviar mi hijo tras pasar una noche encerrado en una comisaría de la policía. Para aquellos que no lo sepan, tengo la fortuna de tener tres hijos, uno blanco, uno negro y otro más negro. Esto le ha ocurrido, por supuesto, al tercero de ellos.
Anoche, mientras el chaval echaba una partida al billar con unos amigos, paró un camión de la policía frente al colmado (como llaman aquí a ese tipo de locales) y comenzaron a meter en él a todo el que no tuviera su documentación legal a mano. Por desgracia, nuestro hijo tenía sus documentos en el coche aparcado a un par de calles de allí, y al no poderlos enseñar, se fue en el paquete de desgraciados que les tocó anoche. El criterio de selección es bien sencillo, ser más negro que el de al lado…
Esta mañana, al ver que no llegaba a trabajar ni respondía el teléfono, nos hemos imaginado lo peor (uno siempre se pone en esa tesitura aunque el “niño” se haya emancipado fruto de sus veintitantos años), pero tras realizar algunas llamadas nos hemos enterado de lo que realmente ocurrió.
No sé muy bien cómo definir esta situación, pues es algo que vemos a diario. Por desgracia República Dominicana, un país con muchas dificultades, tiene que lidiar con un vecino (con el que comparte isla) que es el peor colindante que a uno le pueda tocar. Un país que ocupa invariablemente una plaza de honor en el top five de desgracias mundiales. A la cabeza en mortandad infantil, enfermedades, violencia, analfabetismo, desastres naturales, deforestación, malnutrición, etc. etc., un desastre absoluto que a nadie parece importar y que a todos parece convenir, visto que no hay dios que le meta mano a Haití. Comprendo la situación complicada de Dominicana, un país pobre que además se ve lastrado por otro mucho más pobre aún (aunque sería interesante ver quién trabajaría de no estar ellos...), pero la forma en que se está haciendo es indignante, racista, vergonzosa y delictiva. Y peor aun cuando estas acciones las realizan aquellos que en principio están para garantizar el orden, y que en lugar de eso aprovechan la ventaja de sus uniformes para extorsionar y amedrentar al personal.
Para los que no estén muy versados en la actualidad dominicana, que no se piense nadie que la policía entró en un local porque había problemas, por la queja de un vecino, porque se infringieran algunas normas…, nada de eso. La policía entró porque había negros color teléfono y porque saben que en cada redada de esas se llevan “lo suyo”, como dicen aquí. Si mi hijo hubiera cargado cuatro pesos encima, pagando la correspondiente mordida lo habrían dejado tranquilo. Por desgracia no los llevaba, o si los llevaba no le dio la gana de pagar, algo que le honraría aunque me inclino más por la primera opción.
No comprendo como una sociedad multirracial como la dominicana acepta esta situación con semejante aplomo, como si no fuera con ellos. Como si cada uno de nosotros no tuviera un familiar que haya sido vejado en las mismas circunstancias en un momento u otro. Cuando he comentado esta mañana el incidente con mis compañeros de trabajo, en un segundo se ha armado un revuelo porque todos lo han vivido, sino en carnes propias, en las de un novio, una novia, un primo, un padre… ¿por qué lo permiten entonces, por qué callan? Aunque para ser honestos, esto no es una exclusiva de Dominicana, pues la mitad de Latino América vive estas situaciones a diario, y pensándolo bien, si estiro un poco, en mi Catalunya natal meten a la gente presa por sus ideas.
Como vomitaba una vez la asquerosa televisión española Tele Cinco cuando preguntaba en una encuesta a sus espectadores qué les parecería peor, si tener un hijo negro, un hijo homosexual o un hijo catalán, pobre del mío que de momento ya cumple dos de esas tres… estamos bien jodidos.